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Peligrosamente juntos

Estamos locos ¿o qué?

535 8 min.

Llegamos a un lugar muy romántico y acogedor. La señorita de la recepción nos lleva a una mesa justo en medio donde se percibe el olor a comida deliciosa, unas velas que alumbran tenuemente el lugar y la música clásica que deleita el oído común.

—No pensé que tuvieras gustos como estos —le digo a Alessandro.

—Quiero darte la bienvenida a mi país como debe ser —dice mientras bebe agua mineral de una copa.

Volteo a todos lados muy asombrado porque la primera noche que tuve aquí fue muy frenética, mientras que la segunda ha sido más amena y relajada. Realmente estoy disfrutando mis vacaciones aquí. Alex pide un vino tinto, pasta y un corte de carne de buena calidad. No sé cómo puede costearse algo como esto, si sólo trabaja en la tienda. La verdad, es mejor no preguntar y, como decía mi padre, a lo regalado no se le ve el lado.

Disfruto la plática que tengo con él. Puede ser que no tengamos algo íntimo, pero definitivamente me gustaría seguir teniendo contacto con él de regreso a Madrid. Reímos juntos, pienso en que podríamos ir al cine a ver el reestreno del Lawrence de Arabia, la de Indiana Jones o esa comedia italiana que se llama Matar a Castro, algo de diversión para terminar una noche entre dos personas que pueden llegar a ser buenos amigos.

Mientras seguimos compartiendo algunas anécdotas, escuchamos a un mesero alegando en la entrada con una señora. Para mi sorpresa, es Martha muy a disgusto con algo que no logro entender porque la conversación se vuelve cada vez más airada y apenas si puedo distinguir lo que discute con el joven mozo. Me quiero tapar la cara de vergüenza por la escena que presencio. Pienso en acercarme a Martha, pero me detengo al notar que la acompaña un caballero bien vestido, con rostro tosco y cabello completamente gris. ¿Será el marido? Según mencionó, él se encontraba fuera de la ciudad, entonces probablemente es otra de sus conquistas. No me atrevo a intervenir y le pido a Alessandro que no voltee, que se concentre en lo que platicamos y mejor paguemos la cuenta para marcharnos al cine. Él paga y nos marchamos sin que Martha lo note (espero que así sea). Cuando llevamos una manzana de distancia del restaurant, escucho que alguien grita mi nombre.

—David, ¿a dónde vas? —dice Martha mientras se acomoda su hermoso cabello a la luz de la luna.

Le pido a Alex que me espere un poco, tengo que hablar con ella.

—Martha, vi que estuviste ocupada y no quise molestarte —contesto algo apenado.

—No seas tonto, chico, déjame te presento a mi hermano, está de paso por la ciudad y me invitó a cenar. Dime, ¿tienes algo que hacer mañana en la noche? —me dice.

—No tengo nada que hacer —contesto nervioso.

Ella anota un número en un trocito de papel que sacó de su bolso.

—Este es mi teléfono, márcame después de las tres de la tarde para ver dónde nos podemos encontrar.

Ella me guiñe el ojo y se marcha junto a su hermano que la esperaba afuera de su Ferrari.

Alessandro se sorprende de lo hermosa que es Martha. Ahora no puede juzgarme por caer entre las redes de ella, su belleza era admirable. El resto del camino al cinema se queda callado. Antes de comprar los boletos dice su primera palabra:

—Dulce Belén —dice él.

—¿Está todo bien? —pregunto al no entender a lo que se refiere.

—Lo que no concibo era lo hermosa que era esa mujer ¿Cómo hiciste para conquistarla? —pregunta.

—No tengo idea, sentí que somos como dos imanes: ella, una señora de la alta sociedad, mayor, casada con un físico increíble; y yo, tan sólo un recién egresado, de clase media y sin mucho que contar.

—No seas modesto, tienes un hermoso rostro.

—Gracias, pero siendo sinceros, esa mujer me está causando algo en mí.

—¿A qué te refieres, David?

—Al verla con ese hombre, no sabiendo que era su hermano, me sentí celoso. No tengo ni una referencia para decir qué es exactamente. Me quiero enamorar.

—Lo noto —dice a secas Alex.

—Siento que no sólo hay una brecha inmensa entre nosotros, sino hasta un sistema solar por completo es lo que nos separa.

—Mira vamos a disfrutar de la película y saliendo nos ponemos a ver qué puedes hacer el día de mañana.

—Vale, gracias.

Seguimos nuestro camino sin mucho que hablar y llegamos hasta el cine. Él compra los dos boletos. Por momentos, siento que quiere tomarme de la mano en la oscura sala. Durante toda la película reímos mucho, salimos muy contentos de la velada. Me abraza y seguimos riendo hasta llegar a su departamento. Él intenta besarme y le digo

—No te puedo besar.

Quiero que sigamos siendo amigos y creo que no quiero causarle falsas esperanzas. Él lo toma con decepción, quizás haber tomado un poco de vino de más le causó unas cosquillas de querer llevar más allá la situación. Se va a dormir y yo me quedo con los ojos bien abiertos. No puedo dormir, tengo que hablar con alguien sobre lo que pienso. Voy a la sala del hogar de Alex, cojo un teléfono y espero que ella conteste al otro lado. Primero, suena una vez, luego dos y tres. Hasta el décimo timbre alguien descuelga.

—¿Ana? —digo susurrando.

—¿Bueno? Si, ella habla ¿Quién habla? —dice algo adormilada.

—Soy David, tu amigo.

—Qué milagro, amigo ¿Cómo te está yendo por Venecia? Llevas apenas dos noches y ya siento que me tienes descuidada.

—Todo va muy bien, he paseado mucho por aquí y por allá. Sólo quise decirte que te extrañaba.

—Yo también te extraño, amigo, y me siento triste por no haber estado contigo, prometo recompensártelo y programar un viaje a México el próximo año —dice emocionada.

—Me encantaría, la verdad. ¿No tendría problemas con tu novio?

—Ayer peleamos, no creo que me vuelva a buscar el maldito en un buen tiempo.

—Lo siento tanto —digo apenado.

—No te apures, quizás sea mejor así, disfrutaré mi soltería mejor. Bueno, no es tiempo de contarte mis penas, ¿cuéntame qué has hecho por allá?

—Tengo una situación.

—Cuéntame todo, por favor.

Le cuento todo sobre Martha, de la vez que nos conocimos en el restaurante y todo lo que provocó eso. El baile, la cafetería, la playa y la noche de pasión en el hotel a las afueras de la ciudad. Le digo que sólo fue una cosa de un solo día, el primero aquí, y tengo una suerte de puta madre. Le cuento muy entusiasmado todo a Ana, aunque ella no lo está tanto; su preocupación es por la parte de que Martha es casada. Ella nunca pensó que yo fuera a hacer algo como eso, es poco ético y puedo destruir un matrimonio por no poder controlar mis instintos básicos.

—Te necesito aquí, concentrado y sabiendo que lo que puedas provocar tiene grandes consecuencias. No te has puesto a pensar en eso, ¿verdad? ¿Necesitas, acaso, que el resplandor del cielo herido te haga abrir esos enormes ojos que te cargas? Te quiero hacer entrar en razón y veo que te sigues comportando de la misma forma inmadura que promueves. Si, quizás soy una mujer de bandera. Déjame decirte un par de palabras bien claras: nunca más vuelvas a hacer esas estupideces, ¿me entendiste David? Siempre es una tormenta contigo.

—¿Qué te he hecho yo para que me trates de esa manera, Ana? Eres mi amiga y me ofende todo eso que me dices, me haces creer que tengo quince años y estoy cometiendo estupidez tras estupidez.

—Parece que siempre hueles a gasolina y buscas la primera chispa para hacer estallar todo lo que está a tu alrededor. ¿Te recuerdo lo que pasó hace un año con mi prima?

—No aguanto a tu prima. —contesto enfurecido.

—Claro, porque te hizo un alboroto enorme al saber que la engañaste con su mejor amigo. No estás feliz si no estás arruinado, y te lo digo como tu amiga. Te quiero demasiado, por favor, no cometas algo que te puede traer serias consecuencias. No seas un soñador de ese tipo, ten los pies en la tierra. Vuelve de inmediato a Madrid.

—No —contesto tajante.

—¡Que vuelvas ya!

Cuelgo de tajo, no puedo entender como ella puede expresarse así de mí. Tengo una chica que me estará esperando mañana y la pienso ver. Todo el mundo es feliz, ¿por qué yo no? ¿Acaso no me merezco ser feliz? Esa mujer es increíble y puede dejar a su marido por mí.


Al día siguiente, preparo todo, me levanté temprano con Alex para acompañarlo cerca de la tienda. Yo, por mi parte, me iré a ver de nuevo el mar, algunos museos y pasar por las bonitas arquitecturas que me puede ofrecer esta bellísima ciudad. Creo que estas fotografías me servirán de inspiración para un buen cuadro, aunque no he logrado utilizar mi pincel este par de días. Él me dice que mejor nos veamos en casa, ya que tiene un compromiso con su tía y no quiere quedarle mal, por lo que tengo camino abierto para ver a Martha hoy. Nervioso, me sudan las manos y suda mi rostro más que de costumbre, ¿qué estará bien decirle a Martha ahora que la vea de nuevo? ¿Por qué no ser amigos? Es basura pensar que ella y yo podemos ser mucho más que eso. Quizás podría componerle una canción, sólo tengo que pensar en una letra para que ella se divierta. Lo primero que se me viene a la mente es «Martha tiene un marcapasos» con un alegre sonido de batería que inicia… Bueno, ¿qué estoy diciendo? Estoy divagando aquí solo. Cuando llega la hora de vernos, ella lleva un vestido verde precioso, el cabello recogido con una liga color menta y bien maquillada. Yo visto unos jeans, una playera con una leyenda estúpida que dice «y cayó la bomba (fétida)» que conseguí en barata en un bazar. Me siento como si ella fuera mi madre. Es incómodo porque vamos tan disparejos, pero a ella no parece molestarle. Tomo asiento y me invita un trago.

—Eres muy guapo, querido David, ¿te lo han dicho antes? —exclama.

—Dicen que me parezco a un actor de antaño por mi tosco rostro —respondo.

—Me imagino que debes tener chicas por montones.

—Dejad que las niñas se acerquen a mí —respondo en tono burlón.

—Más bien, como si fueras alguien famoso y sufrieras el ataque de las chicas cocodrilo cada vez que pasas por algún lado. Ya sabes, pidiéndote autógrafos y fotografías o hasta arrancándote un mechón de cabello bromea.

—La verdad es que no soy tan popular como tú crees, quizás porque me ves con ojos diferentes a los demás que he conocido. Querida Martha, tengo una duda y sé que tú podrás quitarme la venda de los ojos.

—Dime, por favor, ¿quieres algo de comer antes de irnos al hotel?

—Eso precisamente quiero preguntarte, ¿qué soy yo para ti?

—Querido David, todos menos tú.

—No entiendo a qué te refieres.

—No creas que eres lo que crees que eres para mí. Mira, te voy a ser sincera completamente, espero y no huyas asustado después de lo que te vaya a decir. Quiero que, por favor, me lo prometas.

—Prometido —digo con algo de miedo.

—Soy casada, quiero vivir nuevamente mi juventud y, al verte, no sé, sentí algo muy bonito. Eres buen chico y sentí que te causo algo de nerviosísimo. El problema de todo es que mi marido está fuera de la ciudad por un asunto de negocios.

—¿Qué clase de negocios? —pregunto temiendo una respuesta que no me conviene escuchar.

—Digamos que puede hacerte desaparecer de inmediato si él quiere.

Me pongo de pie y quiero huir, ella me toma de la mano, me vuelve a sonreír y me pide que no me vaya.

—No pienso seguir con esto, ya se está saliendo de control. No puedo creer que esto esté pasando ahora mismo.

—Quédate, por favor —dice ella mientras la gente del lugar empieza a voltear a la mesa ante incómoda situación.

Decido quedarme, no sé por qué. Ella me invita a bailar. Acepto la pieza y nos movemos lentamente al son de la música. Se siente segura en mis brazos, yo también percibo esa confianza y recargo su cabeza en mi pecho.

Al salir de ahí, caminamos hacia su auto y nos dirigimos de nuevo a la playa. Me toma de la mano mientras conduce su vehículo. Por más extraño que parezca, no quiero bajarme, quiero plantarle un beso fuerte ahí mismo. El camino es corto, más de lo que esperaba, comparándolo con el de hace unos días. Ella baja primero y camina hacia la orilla del mar, yo la sigo con la mirada y veo cómo se sienta en la arena blanca. El fuerte aire sigue soplando, ella deja que el viento le acaricie el rostro mientras disfruta de la luz de la luna. Ella no dice nada, sólo se relaja por la noche. Me siento al lado suyo, puedo sentir el viento golpeando suavemente mi rostro.

—¿Sientes eso? —pregunta ella.

—Claro, es muy gratificante esta paz.

—¿Qué crees que sea? —vuelve a preguntarme.

—No lo sé. En estos momentos me siento muy bien, diferente quizás.

—Yo me siento en una resurrección. Siento que estoy viviendo de nuevo y contigo tengo paz. Tengo un par de días de conocerte y parece que es toda la vida, eres inteligente, gracioso y carismático.

—No digas tonterías, Martha.

—Es en serio, en algún momento querrás enfrentar a mi esposo, y a pesar de que él te diga devuélveme a mi chica, tú no harás caso alguno. Pelearas por mí.

—¿Cómo puedes estar tan segura de todo eso que me estás diciendo?

—Porque puedo leer tu mirada, sé que me miras como no lo has hecho a otras chicas, no lo haces con lujuria, lo haces con cariño y con amor, amor que tú puedes darme.

—¿Qué pasa entonces con tu familia?

—Yo quiero a mi familia. Todos merecemos una segunda oportunidad, ¿no lo crees?

—No sé si esto que estamos haciendo es correcto. Mira que me quedan pocos días aquí y no sé si podemos seguir pasándolo juntos.

—Yo te llevaré a conocer lugares increíbles, ¿confías en mí?

Ella se pone de pie y alza su mano derecha, el cabello le vuela y el vestido deja ver sus hermosas piernas. Yo la miro, por dentro me siento inseguro de la decisión que tomaré, quizás eso afectará el resto de mi viaje aquí. ¿Qué dirá Ana? ¿Qué dirán mis padres? En mi cabeza pasan demasiadas cosas. Creo que el momento es mío y lo que me dice mi cabeza y mi corazón es darle la mano.

—Confío en ti —le doy la mano y ella sonríe.

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