chapter-banner-background chapter-banner-image

Peligrosamente juntos

Aprendiendo a volar

494 14 min.

El viaje se me escurre de las manos. Pasa la semana que pensaba quedarme y, por un impulso, me quedo otra semana más. No hago caso a Ana, a mis padres y menos a mi sentido de la razón. Antes de que pase cualquier cosa, les llamo a mis padres para avisarles de todo. Cuento con dinero reservado para poder comprar un vuelo de regreso a casa. Además, Martha me consiguió algo extra para sobrevivir.

El hospedaje no es problema, me quedo por las noches con Alessandro. Claro, sólo algunas noches, porque de vez en cuando la paso en algún hotel junto a ella. No podemos ir a su casa porque sus guardaespaldas podrían sospechar y decirle al marido. Estoy arriesgando mi físico y mi vida entera al meterme en una situación tan riesgosa. Me olvido de tomar más fotografías, me olvido de pintar y, debido a mi distracción, mi lienzo queda extraviado en una de las calles. Pierdo la noción del tiempo, mis ganas de volver a Madrid se desvanecen poco a poco. Debo ser más cuidadoso con mis cosas y, bueno, lo importante de todo es que cada noche paseamos por la orilla de la playa. En ocasiones, cuando estamos juntos, siento que estoy en peligro y que, en cualquier momento, puede llegar su marido y darme una golpiza. En definitiva, no estoy pensando claramente. Yo lo que quiero en estos momentos es estar a su lado. Quizás suena descabellado, pero estoy considerando quedarme con ella. La verdad es que nunca me he sentido como ahora me siento con ella, ella ha cambiado completamente mi mundo y creo que después de dos semanas he descubierto lo que me ha hecho falta: su sonrisa, quiero pintarla en un lienzo y colgarla en la sala de nuestra futura casa. No puedo hacerme un día más sin ella. Realmente todo suena tan descabellado, tan irreal y sin sentido.

A veces siento que mañana puede ser mi último día aquí y creo que ya perdí licencia, debo ir a comprar un boleto de tren para Roma y marcharme a Madrid en un vuelo. Lamentablemente, mi tiempo aquí expiró y ya no hay nada que pueda hacer para cambiarlo. Necesito regresar para no causar otra preocupación. Sin decirle a Alex ni a Martha, voy a comprar un boleto de tren con rumbo a Roma. Sé que el trayecto será largo, sin duda alguna, pero tengo que hacerlo para despegarme de esta realidad alterna que estoy viviendo y volver a casa, donde pertenezco. Voy a recoger toda mi ropa a casa de Alex, la guardo sigilosamente en la mochila que llevo conmigo casi siempre. Mientras guardo mis camisas, mi gorra y mis jeans, me pongo a pensar en qué perdí todo este tiempo, yendo de la tienda hacia las orillas de la ciudad para encontrarme con ella. Cada día, sin falta, me recogía en su auto, se levantaba sus gafas negras, me sonreía y me daba un beso al plantarme en el asiento del copiloto. Íbamos a hoteles diferentes para poder hacer el amor, siempre llevaba encajes diferentes para mí; suponía que ya no los utilizaba para su marido. Eran maratones completos, no había tiempo de nada más que para saciar sus necesidades sexuales y un poco las mías. Nunca conocí a nadie como ella que pudiera tener tanto aguante. El poco sentido común que conservo me hizo tomar la decisión de cortar de tajo todo esto, aunque estoy poco convencido, porque mi corazón me dice que debo quedarme aquí. La maleta está completa y es hora de marcharme, bajando por las escaleras me encuentro con Alex, sólo me dice que nos veremos en la noche y, así como así, no lo veré de nuevo sino hasta la mañana siguiente.

Camino un rato hasta tomar un taxi que me lleva al mismo lugar de siempre para verme con ella. En esta última ocasión, no traigo mi gorra del Atleti, ni mi jersey a rayas o playeras con frases estúpidas, voy con una camiseta sobria de color azul. Ella me espera como siempre, nos damos un beso en la boca y me siento al lado de ella, disfrutando de la música, esperando que llegue la noche para, por fin, llegar al hotel, tener intimidad y lograr alcanzar el Nirvana. No bailamos, sólo vamos al grano. Me toma de la mano para marcharnos a uno de los tantos hoteles de las afueras de la ciudad.

Después de hacer muchas veces el amor, pienso en decirle que me marcharía mañana en un tren, que no la volvería a ver. Las cosas deben ser así y esta es nuestra última noche antes de regresar a Madrid. Me invita un cigarrillo antes de tomar una ducha, yo la detengo y quiero que me escuche para expresarle mis sentimientos hacia ella. Es arriesgado, a estas alturas de mi vida quiero una respuesta sincera, después de aquella charla en la playa, donde ella se abrió, ahora es mi turno. Le pido un momento en la cama. Me siento con las rodillas en la cama y la tomo de las manos. Ella me ve dulcemente y espera lo que voy a decir.

—Estando frente a ti, mi dulce Martha, déjame ser lo más franco del mundo. Sin ti, no puedo soportar otro día de mi vida.

—Hemos estado sin conocernos antes, te voy a causar un daño terrible si me sigues buscando, ya te lo he dicho niño.

—¿Cuántas veces tendré que decir «te quiero»?

—No hace falta, te lo seguiré diciendo, yo a ti también te quiero, hermoso.

—Sólo me faltas tú en mi vida. Mi madre, mi padre no lo soportarán, no me importa en lo más mínimo. Quiero que me acompañes a Madrid, mañana mismo me regreso y quiero que nos escapemos juntos por el resto de Europa, solos tú y yo.

—Querido David, no hagas esto más difícil de lo que ya es. Creo que nuestro momento llegó y tus padres te van a extrañar. Mírate, sólo te ibas una semana y te quedaste otra por mí.

—Todo lo hago por amor, por eso le mentí a mis padres. Sabía que no podían saber la verdad, que su hijo ya es un adulto y puede tomar la decisión correcta para su propio futuro. Si no te tengo a ti, si no me besas ni abrazas, yo no sé qué haré sin ti.

—Me encanta las cosas que me dices, sólo que necesito ir a darme una ducha, no quiero que se haga más tarde y no regresar a casa y que mi marido lo sepa.

—Mira, me voy a vestir, te voy a acompañar a donde tú me digas, donde tú mandes, donde quieras que te siga como un perro fiel. Te seguiré repitiendo hasta el cansancio que tú me gustas.

—Tú también me gustas, sabes tanto como yo que me gustaría dejar a mi marido. Me encanta cómo me besas, me acaricias, me tocas, me eres fiel y leal, no podría soportar la idea de saber que tendrás a otra mujer, ¡por favor, David!

—No grites mi nombre en vano, quiero que cuando lo hagas sea porque estás gimiendo de placer por mí. No alces la voz que Dios te dio, pues tu garganta se pondrá áspera, irritada y algo ronca.

—Lo siento, querido, no sé qué hacer ni decir para hacerte entender. Necesito que te vistas ya, te vayas y descanses, que mañana tomarás un tren.

—Si tú quieres, en verdad, lo haré. Quiero que seas sincera contigo misma. ¿Estás dispuesta a hacerlo? ¿Acaso no quieres huir conmigo de lo que te ata aquí en Italia?

—No quiero, no quisiera. Han sido maravillosas los días contigo, me has hecho y me haces sentir jovencita de nuevo.

—Lo eres para mí, tu belleza sigue intacta. Cuando envejezcas, quiero estar contigo, a tu lado, sin hijos si quieres, no los necesitamos mientras nos tengamos el uno al otro. Por mí, viviremos en otro mundo.

—¿A qué te refieres con eso, querido?

—A que nadie está dispuesto a aceptar nuestro romance. Tu esposo está metido en asuntos difíciles, mis padres no saben de mi bisexualidad y mi amor por alguien casi veinte años mayor que yo. Mi mejor amiga, Ana, quizás lo acepte, aunque en secreto estaría celosa de ti, los gorilas de los amigos de tu marido igual me aniquilarían. Lo más fácil sería darles gusto y cada uno tomar su rumbo ¿Te has puesto a pensar que sucederá si te vas? ¿Acaso podrías soportar con la mentira que has construido a lo largo de quince años de tu falso matrimonio?

—No digas estupideces, David, yo me casé por amor. Lo sabes, te lo dije y eso sí es totalmente cierto. Con el tiempo, mi marido se corrompió, se convirtió en un ser que actualmente desconozco por la ambición de querer salir de la vida tan limitada que llevábamos. No es excusa para decir esas calumnias sobre él.

—No estás pensando de forma sensata. La vida de él puede seguir si desapareces, porque lo que me has platicado, él puede conseguirse a la mujer que le plazca. Yo, en cambio, no puedo imaginar de ahora en adelante mi vida sin ti. Me estás haciendo el hombre que siempre quise ser: seguro, capaz, tenaz y con los cojones que me hicieron falta durante veinte años.

—Eso, querido, lo hiciste tú solo, tú y solo tú. Has querido evolucionar, madurar, cambiar o como carajos quieras decirlo porque tú quieres dejar de ser ese chaval inmaduro que se aleja del compromiso. Tienes que hacerte la idea de que, a pesar de todo, mi marido de verdad me quiere en el fondo. Él me ama y esto sólo ha sido un desliz, una acción tonta de mi parte. Tengo que entender que ya no soy una jovencita, tengo un hijo de catorce años que piensa en qué estará haciendo su madre, y yo, querido mío, yo no puedo dejar de hacerme cargo de él por una calentura enorme. Él no podría soportar que yo me vaya de su vida.

—Yo tampoco no puedo soportar perderte.

—Podrás continuar con tú vida. Anda, vístete y vete, se está haciendo tarde y no estamos llegando a nada. Si no llego de inmediato a casa, sonarán las alarmas, así que deja todo el romanticismo, deja lo meloso. Sé que sacaste y me enseñaste tu corazón frente mí, lo aprecio tanto. de verdad, no sabes cuánto has hecho tú también por mí. Tristemente, no podemos continuar de esta forma. Si seguimos así, terminaremos bajo tierra.

Ella avienta toda mi ropa hacía mí, no quiere que sigua viendo su cuerpo desnudo. Se cubre sus enormes pechos con la sabana, peina su cabello, se limpia el maquillaje corrido y me pide de favor que me vaya. Sin besos de despedida, sin caricias, sin un jodido abrazo; siento una frialdad absoluta al salir de esa habitación. No entiendo cómo puedo ser tan idiota a veces. Doy gracias a Dios que no existe un teléfono móvil para que mis padres me contacten esté donde esté. Salgo del hotel y voy a la casa de Alessandro, sólo espero que no se encuentre ya durmiendo.

Melancólico, recorro parte de la ciudad en medio de la noche. Este viaje ha sido algo desgastante para mí, he caminado un sinfín de veces para llegar de un lado a otro, sin tan solo estuviera en mi coche. Llego a casa de Alex, él duerme, pero me dejó la llave donde está la pequeña maseta a la derecha de la ventana. Abro con mucho cuidado, entonces escucho que alguien me silbaba, no quiero asomarme por miedo que fuera alguien que quisiera robar mi atención y asaltarme ahí mismo. Como puedo, nervioso, intento abrir el cerrojo de la puerta y, para mi mala fortuna, se atora. Mis latidos empezaron a hacerse más rápidos, mis manos tiemblan y yo temo que vaya a ser asaltado en la puerta de casa de un amigo, donde el resto de mis pertenencias siguen resguardadas.

Siento la mano de esa persona en mi espalda de repente, sobre mi hombro para ser exacto, entonces escucho una voz que me hace recobrar mi tranquilidad.

—David —dice Martha a mis espaldas.

Me abraza sin decir nada más que mi nombre y yo le doy un fuerte beso en la mejilla. El abrazo dura unos veinte segundos, siento su temple y su tranquilidad en su aura redondeándome completamente. Suspiro y ella también lo hace. Nos besamos bajo el marco de la puerta.

—Nunca me concediste el último baile —dice ella.

Inmediatamente, recuerdo el lugar donde nos conocimos. Empiezo a tararear Can’t Help Falling In Love, interpretada por el rey del rock n’ roll, la canción que bailamos por primera vez. Mi mano izquierda sostiene la suya, mi mano derecha toca un poco debajo de su espalda. Nos balanceamos suavemente al ritmo de la canción que tarareo.

—No puedo apartar mis manos de ti —le susurro mientras la invito a escaparnos por última vez.

Mientras corremos a un lugar donde hacer el amor, un señor vocea mientras avienta panfletitos que dicen «Visiten nuestro bar, se divertirán». El señor sigue gritando mientras yo tomo de la mano a Martha para seguir corriendo y llegar a su vehículo y, de nuevo, al hotel que dejamos atrás.

Vamos a la misma habitación y empezamos a besarnos ininterrumpidamente mientras nos despojamos de nuestra ropa. Mi camiseta vuela por aquí, su sujetador por allá, su vestido yace en el suelo y mi ropa interior en la orilla de la cama, mientras sus manos tocan las mías, su boca roza mi pecho y sus pechos me excitan a continuar más hacia abajo y hacerla mía nuevamente.

—Se derrama la luz de tus ojos por toda la habitación, me deslizo poco a poco, sobre tu respiración —le canto al oído mientras le acaricio suavemente todo su hermoso cuerpo.

Al terminar, ella queda exhausta, me acariciaba el cabello y se queda dormida en mi ronco pecho. Duerme plácidamente mientras yo sé que este será mi último día aquí en Italia; a ella no le importa no regresar a su hogar por esta noche. Después de pasados unos minutos, empiezo a escribirle una carta, en ella le expreso de nuevo mis sentimientos, mis ganas de seguir adelante y, si quiere, en un tiempo, visitarme y reencontrarnos para escaparnos por el mundo. Sé que es arriesgado y todo, sólo que mis sentimientos han hablado. Trato de no hacer mucho ruido con el lápiz al escribir mientras ella duerme tranquilamente como una diosa. Un retrato de ella en este momento sería perfecto, lástima que no cargue con mi lienzo en este momento.

Antes de llegar la mañana, durante la madrugada, me visto y la dejo ahí en la cama descansando, y espero que lea la carta que le dejo junto a su ropa interior. Mientras recorro las oscuras calles, me detengo a pensar: ¿Martha sería capaz de abandonar a su familia por mí? ¿Qué tan molestos estarán mis padres? ¿Valió la pena? La única respuesta que tengo es para esa última pregunta y la respuesta es, obviamente, que valió cada segundo. Puede ser que sea sólo un loco de amor, un tonto enamorado que estuvo a punto de arriesgarle todo por un romance, por un efímero romance que pudo durar prácticamente para mí toda una existencia. He de ser un poco inconsciente de vez en cuando, pero no puedo estar más satisfecho. Tengo que preparar todo para marcharme de nuevo a Madrid, que mis padres ya deben estar como locos porque regrese a casa. El otro lado de la moneda de todo esto es que probablemente deje una herida abierta en un matrimonio. Bien se lo planteé a ella: «está es tu vida» hasta repetirlo tantas veces que parece que me lo decía a mí mismo. Pasó una semana más de la que pensaba, debí regresar hace tiempo a casa. Ahora debo ser consciente de que ya todo esto se salió completamente de mis manos. Estuve a nada de ser agarrado en el acto con ella, de no ser porque que es muy persuasiva. Estoy esperando un milagro para que mis padres me entiendan. Aunque les avisé de mi extensión de estadía, debo llamarles de inmediato para quitarles la preocupación que deben cargar ahora mismo.

Cuando menos me doy cuenta, ya es de mañana. algunos de los lugares de comida ya han abierto, entre ellos la cafetería donde bailamos por primera vez. Voy a pedir prestado el teléfono, marco despacio y nervioso los dígitos para llamar a casa, sólo espero que mi madre esté tranquila. Hace apenas una semana les llamé diciéndoles que todo marchaba bien, sin dar detalle alguno de mis salidas con Martha.

—¿Aló? —contesta mi madre desde el otro lado de la línea.

—Madre, soy yo, David. —le digo apenado.

—¡Amor! —ella grita y escucho a mi padre también gritar de emoción.

—Por fin he recuperado mi cabello —dice mi padre emocionado.

Escucho cómo mis padres forcejean por tener el control del teléfono al otro lado de la línea, mientras yo río un poco tratando de imaginar esa escena.

—Hijo mío, ¿estás bien? Te echo de menos —dice mi madre quién ahora tiene el teléfono—. Nos tenías con mucho pendiente, llevabas tres días sin comunicarte y fueron apenas como diez segundo. Queríamos llamar a la policía de Venecia para saber si te encontrabas con bien.

—Lo estoy, madre. He disfrutado de la playa, los museos, los lugares y he conocido gente esplendida y maravillosa. Quisiera poder llevármelos a Madrid.

—No digas gilipolleces, hijo, si gustas puedes ir en la primavera próxima.

—Necesitaré lo que tengo en mi bolsillo multiplicados por nueve para que me alcance para costearme de nuevo ese viaje. Te dije que necesitaría un empleo.

—Debes conseguirlo, hijo mío. Déjame te paso a tu padre que quiere hablar contigo.

De nuevo se escuchan eufóricos por saber que me encontraba con bien y ahora mi padre coge el teléfono.

—Hijo, ¿todo bien por allá? ¿Alguna chica que haya valido la pena?

Escucho cómo mi madre lo golpea y él sólo ríe.

—Solo otra vez. Tuve suerte, aunque regresaré como, siempre, soltero a casa.

—¿Cómo es eso hijo? Yo te hacia todo un galante, llevando chicas de aquí allá.

—Sinceramente, al llegar la noche me convertía en otro —río—. Durante el día me gusta disfrutar de lo lindo de la vista.

Mi madre le arrebata el teléfono a mi padre, tratando de no escuchar algo que no era de su total agrado.

—Bueno hijo, a todo esto, ¿cuándo volverás? Nos tienes angustiados sobre tu regreso. Hasta tu amiga Ana vino a visitarte y, al decir que no estabas, se preocupó mucho por ti.

—Será esta noche, ya tengo preparado todo, tengo las maletas.

—¿Quieres que te esperemos en el aeropuerto?

—Si, por favor, mi vuelvo debe llegar alrededor de las once de la noche.

—Perfecto, hijo, nos vemos en la noche. Tienes cuidado y sabes que te amo.

—También te amo, ciao.

Cuelgo el teléfono.

Dejando esa cafetería, voy a casa de Alex mientras él sigue dormido. Tomo mi maleta sigilosamente y, sin despedirme de él, me marcho de Venecia. Cojo un taxi que me lleva rumbo a la estación de trenes. En ella, medito sobre este viaje tan interesante, donde perdí mi lienzo, algo de ropa y mi miedo. Observo a toda la gente que va a despedir a sus seres queridos y se dan abrazos sinceros, besos tristes y sueltan algunas lágrimas porque quizás no los volverían a ver. Aliviado por lo que aprendí, pero sobre todo porque sobreviví, voy a comprar mi boleto a la taquilla, donde una amable señorita me lo entrega. La última sonrisa que recibiré aquí. Voy a sentarme en una banquita mientras espero unos diez minutos a que llegara el tren con rumbo a Roma. No espero que Martha venga a despedirme o que Alex me detenga, ambos fueron muy amables y cariñosos conmigo, en diferentes sentidos de la palabra. De él me quedará la hospitalidad, amabilidad y confianza que me entregó. De ella qué decir, sus besos, su aroma y su número telefónico en un pedacito de papel que observo una y otra vez. Llega por fin mi tren y lo abordo, me acomodo y procedo a dormir un poco incomodo, no sin antes soñar con ella.

Ya en la capital, no hay tiempo que perder y me dirijo inmediatamente al aeropuerto. Sigo pensando una y otra vez en su linda carita, en los besos que nos dimos, en el sexo que mantuvimos en el hotel la primera vez y en una de las playas a media noche. No soporto saber que estaremos separados, aunque es lo más sano para mí. Me bajo del taxi en el aeropuerto y voy hacia la terminal, donde espero entregar mi pasaporte y mi maleta a la señorita, quien me da mi pase hacia donde debo tomar mi vuelo correspondiente. Espero que, en algún momento, ella se aparezca y me grite «vuelve a mí», algo que no sucederá, sólo pasa en las películas americanas. Cierro la cremallera de mi chamarra y voy caminando hacia la sala de espera para coger mi vuelo. Tomo una revista de un pequeño apartado sobre las riquezas visuales de Italia, me impresiona que llegué a conocer la mayoría de los lugares que están plasmadas y tomé un sinfín de fotografías. Espero poder empezar a pintar regresando a casa.

Subo al avión un poco desquebrajad. No lloraré al recordarla, tengo que ser fuerte y saber que sólo fue un amor pasajero, un efímero y fuerte cariño que sentí con alguien mucho mayor que yo. Sé que los dos hemos caído en esta red peligrosa que nos impide seguir juntos, es mejor dejarlo así y cada uno seguir con nuestras vidas adelante, ella con un marido que no ama y yo descubriendo apenas lo que es la vida de verdad. Sé que pasará el tiempo, pasaran los días y de alguna u otra forma me recuperaré de todo esto: con mis padres, conmigo, disculpándome con Ana por la actitud tan estúpida que tomé con ella al querer abrirme los ojos. Cariño mío, para el amor no hay explicación, solamente se da y no hay fuerza que pueda separarlo, claro a menos que esa fuerza sea un esposo con la capacidad de aniquilarte. De cualquier forma, tengo que disculparme con Ana y no perder a la única amiga que ha tenido el valor de decirme la verdad. Sé que me dirá de frente «la cagaste, Burt Lancaster», esto porque dice que soy muy parecido físicamente al famoso actor.

El vuelo es rápido, al descender a la terminal me reencuentro con mis padres, me abrazan y me besan bastante, subiéndome el ánimo. Es mejor que nunca sepan de mi aventura con Martha, no creo que puedan con una noticia de ese tamaño. Es mejor idea inventarles la historia de que me uní a un grupo que filmaba una película independiente que se haría llamar Los Hombres G. Aunque ellos saben que su hijo es incapaz de aguantar la risa en una situación bochornosa, muchos menos sería un actor, pero es una mentira piadosa que pueden ambos soportar. En el camino a casa les cuento de lo lindo que era la ciudad, que me gustaría volver con Ana, con quien tengo que verme para poder arreglar aquel malentendido de semanas atrás, le tendré que visitar de inmediato y disculparme. Dejando de todo eso, al llegar a casa me voy a encerrar a mi habitación y descansar un poco. Ya es de noche y sé que ellos también están muy agotados por irme a buscar hasta el aeropuerto. Estoy impaciente por ver las fotografías que tomé, no sé cuál empezaré a pintar primero, por eso no puedo dormir y necesito tomar un pincel y empezar a plasmar algo, algo que recuerde lo suficiente como para empezar a dibujarlo de inmediato.

Me quito la camiseta que no quiero que se manche, igual los pantalones, y sólo quedo en trusa frente al lienzo que guardo en casa. Viene la inspiración, aquella que durante varios días en Italia venía a mí en esporádicas ocasiones. Sé que es el momento adecuado de empezar a pintar, pero primero debo empezar con un dibujo y tomo un lápiz. Empiezo a dibujar tu silueta, una bella y bien delineada forma de tu rostro, tus ojos serán lo primero que pintaré, tus hermosos ojos que me hipnotizaron y me hicieron caer después serán cubiertos con tu cabello largo y suave que toqué con las yemas de mis dedos bajo la noche de la playa. Lo más difícil de todo es poder dibujar la parte que, de un principio, me hizo sentirme seguro de verte aquel día de nuevo. Pienso como, a pesar de ser las cuatro de la mañana, sigo sin poder conciliar el sueño. Es difícil plasmar correctamente la boca tuya. Sólo falta algo característico de ti, aquello que evoca un rayo de luz sobre mi vida. Ahora, querida mía, estoy pintando tu sonrisa. No puedo evitar derramar una lágrima en el piso y continuar durante toda la noche.

FIN