chapter-banner-background chapter-banner-image

Peligrosamente juntos

Déjame quererte

416 11 min.

Tengo mis zapatillas casi destruidas por caer en un charco de agua, mi gorra del Atlético de Madrid vuela con el soplo fuerte del viento y la recojo empapada de un charco de agua, así que mejor la guardo en una bolsa de plástico en la mochila. Después de una carrear por gran parte de la ciudad doy con el lugar donde espero ver a la señora; espero que mi desgaste no haya sido en vano.

Llego exhausto para darme cuenta de que donde me citaron es una cafetería, ¿qué clase de broma es esta? He estado en un sinfín de ellas durante esta tarde. Al entrar, suena buena música para bailar, al parecer no es como cualquiera de las otras cafeterías que visité antes, de esas con música pésima y horrible ambiente. En este lugar ponen rock, blues y jazz que puedo disfrutar. Para mi suerte, las luces se apagan, en eso se alumbra una pequeña plataforma donde un camarero, supongo, se presenta como el rey de la noche y nos interpreta su pieza favorita El blues del camarero. La verdad, no sé qué pensar. Con el destello de repente iluminando mi rostro, veo a la señora sonriéndome de reojo, como en aquel restaurant la vi sentada en una mesa del rinconcito. Lleva la misma ropa sensual de hace unas horas, sumándole unos lentes oscuros y fumando nuevamente un cigarrillo. Me llama con la cabeza y de inmediato voy hacia ella, obedeciendo como perrito regañado. Al ponerme a un lado, ella mueve la silla para ofrecerme un asiento al lado suyo. Pone su mano en mi pierna y pienso que esto va directamente al grano:

—Confía en mí —dice mientras sigue sonriendo, mostrando sus hermosos y perfectos dientes blancos.

—Madrid, Madrid —digo estúpidamente mientras me excita un poco que me toque con sus suaves manos y sus uñas largas de arriba para abajo.

—Si alguna vez, chico, te dicen que no puedes tener una aventura, diles siempre que no. Sólo hazlo, la verdad sólo quiero conocerte, soy como tú —dice ella mientras apaga su cigarrillo en el cenicero de vidrio que yace en la mesa.

—¿Voy a pasármelo bien? —pregunto nerviosamente.

—¿Junto a ti? No lo dudo —responde muy segura.

No hemos cruzado más que palabras vacías, sin profundidad alguna y llenas de insinuaciones de terminar directamente en la cama. ¿Creerá que soy un prostituto? ¿Por qué me atrae tanto? ¿Por qué hago tantas preguntas en mi cabeza mientras esta mujer no deja de querer manipular mi siguiente jugada?

—Pareces ser un hombre real, de esos que ya no hay mucho por aquí —dice.

—¿Sabes que tengo a el diablo dentro de mí? —respondo en automático.

—Mis amigos me dicen que, de no ser por mi marido, me harían suya inmediatamente.

—¿Tu marido? —digo mientras toda la calentura se enfría como el vaso de whisky en las rocas que el mesero puso sobre mi mesa—. No quiero morir entre semana y menos tan joven.

—No hay nada que perder conmigo.

Pasa por mi cabeza un sinfín de cosas, como que debí haber programado mejor un viaje a Hawái, Nassau o Acapulco.

—Lo siento, señora, no creo que esto sea buena idea —digo mientras intento ponerme de pie.

—No te escaparás —me dice mientras me sostiene con su brazo, invitándome nuevamente a sentarme y disfrutar de la noche.

Por una vez, siento que mi moral me llama, que debo hacer lo correcto y tratar de marcharme de aquí, pero siento con ella una increíble atracción ¡Debí quedarme con Alessandro! Sigue haciendo una tormenta dentro de mi cabeza.

—Un minuto nada más —digo tratando de justificar mi estupidez.

—Depende de ti. Ven, anda, te invito otro trago y vamos a bailar. Aquí me gusta mucho la música que ponen, es provocativa y sensual.

Apenas el mesero entrego la siguiente ronda cuando me invita a bailar una canción de Elvis Presley. Durante la pieza, me cuenta que es una gran admiradora del difunto rockero, de niña le gustaba coleccionar sus vinilos y ponerse a bailar en ropa interior en su habitación. Siento que cuando bailamos somos como dos personas completamente opuestas, sin mucho de conocerse y sin nada que ofrecerse, sólo una noche larga que nos espera en la intimidad. Pone mis dos manos sobre sus nalgas mientras nos movemos con la balada que suena; parece algo urgida y yo sigo sin entender lo que pasa. Se supone que ella debía de ser la difícil, pero resulta que el que está tomando ese papel soy yo.

Terminando la canción me invita a pasar la noche en un hotel cerca de ahí. Si su marido se entera o alguien se lo dice a él, podría acabar con mi vida. No sé en qué trabaja el señor, pero mientras menos sepa de él es mucho mejor. Lo que me detiene a seguir con esta misión suicida es el hecho de que ya quedé verme con Alessandro para darme la llave de una habitación.

—No sé si es correcto. Además, alguien me espera.

—No tengas miedo, anda, que conozco varios hoteles donde podemos intimar un poco a las afueras del centro.

—¿Por qué no mejor vamos a la playa? —digo esperando que aceptara mi tonta propuesta.

—Es una idea estupenda. Además, creo que combinaría con tu vestimenta —dice bromeando conmigo.

Emocionada, paga la cuenta, me toma de la mano y nos dirigimos hacia la salida de la cafetería. Caminamos un poco hasta una esquina donde estacionó su Ford Fiesta; me invita a subir y empieza a conducir hacía la playa. Yo veo por la ventana como anochece cada vez más, y ella me pregunta por qué cargo con todas mis pertenencias conmigo. Abre el maletero, donde puedo guardar mi enorme mochila. Olvidé por completo dejarla en la tienda para que Alessandro me la cuidara, aunque habría sido imprudente de mi parte. Dejando eso de lado, seguimos charlando. No parece muy interesada en conocerme a fondo, sólo disfruta del momento y yo también.

—Con que esto es el mar italiano —digo en voz baja.

—Lo es, querido —responde—. ¿Quieres hacer algo divertido en la playa?

—En la arena, precisamente, tengo ganas de volver a sentirla en mis pies, desde que llegué no he tenido oportunidad.

—Yo quiero resbalar entre tus dedos —dice con una mirada lasciva.

—Hay que dejar nuestras huellas en la bajamar —contesto emocionado.

Mi mente piensa una cosa, mi corazón siente otra y mi boca sólo desea tener la intimidad que tanto me ha estado provocando. Al llegar a la playa, ella baja, se quita sus zapatos y me toma de la mano para que la acompañe. Me lleva a la orilla para sentarse, y me invita a hacer lo mismo al lado de ella. Ve las estrellas, luego mira hacia el horizonte y deja que el viento acaricie su hermoso rostro.

—¿Es tan difícil querer algo como esto? —pregunta sin voltear a verme.

—¿A qué te refieres? —pregunto.

—Esto. Mírame, acabo de cumplir cuarenta, te conozco hace unas horas y ya te arrastré a una cafetería y te trepé a mi auto para conocer la playa, y ni si quiera se tu nombre. Has de pensar que soy una cualquiera y una tonta.

—No, no pienso eso, sólo que creo que esto va demasiado rápido. Empecemos por el principio: mi nombre es David.

Le estrecho amablemente la mano.

—Yo soy Martha, mucho gusto de nuevo —devuelve el saludo y ríe un poco.

También río un poco por los nervios, ahora que sé el nombre de esta bella dama.

—No creo que seas una cualquiera, tienes seguridad y tomas las riendas del asunto rápidamente.

—¿Tú crees? —pregunta, luego baja la cabeza algo apenada.

—Cuando te vi en el restaurante, me gustaste. Cuando me interceptaste, me atrajiste una vez más. De no ser porque sentí un clic contigo, no hubiera ido como loco a buscarte a esa cafetería a más de veinte manzanas de distancia en un país que ni si quiera conozco. Siento que será lo mejor de este viaje que apenas inicia.

—Eres muy lindo —dice mientras sus ojos son iluminados por la luna—. Ven, acompáñame, quiero que sientas otra vez el mar.

Me toma de la mano y nos introducimos al extenso océano, donde sólo al llover te sientes más diminuto de lo que ya eres. Ya sin tapujos de por medio, con la luna llena, el aire soplando su cabello, no quiero hacer otra cosa más que besarla sin miedo a nada, sin el remordimiento de que su marido nos vaya a descubrir. Ya hemos recorrido mucho como para perdernos un momento como este. Nos besamos lentamente mientras las olas del mar golpean nuestras piernas, mientras la poquísima gente que descansa en las orillas nos ve mientras se extrañan de tan incómoda escena para ellos. Sus labios saben a ricas fresas, me muerde varias veces y no aguanto, le tengo que decir ahora que vayamos a uno de los hoteles que ella me decía para poder continuar con la noche. Ella se remoja los labios y me jala de mi brazo para llevarme de nuevo a su automóvil. Conoce muy bien los lugares de por aquí, así que no será problema encontrar un lugar para intimar. Maneja rápidamente por la carretera hasta llegar a un lugar en las afueras de la ciudad. Ella paga, se hace cargo de todo y me lleva a una habitación enorme donde no creo que nos pondremos a leer cuentos de niños.

Se despoja lentamente de su ropa quedando en su lencería color morado. Observo su hermoso cuerpo, tan conservado y bien cuidado, con algunas estrías que muestran madurez y quizás hasta las huellas que deja el nacimiento de un hijo (después será momento de preguntar sobre eso).

—Suéltate el pelo, hazme ese favor —le digo mientras la veo desde la puerta, pues tiene el cabello recogido desde nuestro chapuzón en el agua salada. Se quita lentamente la liga y luego el sujetador, quedando a espaldas mías, con su enorme trasero llamándome. Voltea y me sonríe, ni lento ni perezoso me quito la ropa de turista que llevo puesta, primero el pantalón de mezclilla y por último la camisa, que cae en una de las sillas de la habitación. Se acuesta sensualmente, colocando su mano derecha en su cabeza, mientras que, con la otra, me llama con su dedo. Me quito mis anteojos, y fue lo único que pongo delicadamente en una de las mesitas antes de empezar a besarla en la boca. Acaricio suavemente su pierna, siento su piel tan delicada y frágil; ella, con su mano, me toma de la cabeza y me jala hacia sus senos. Es un festín para mí sumergirme entre sus enormes pechos y el resto de la noche es una auténtica delicia. El sexo que tuve anteriormente con otras mujeres me dejó muchísimo que desear, dejando en duda mi bisexualidad, orillándome más por los hombres que las mujeres. Esta dama, sin duda alguna, me hace volver a querer encantarme por alguien como ella.

Durante la apasionante noche, olvido que no cargo con preservativos, a ella no le importa y menciona que se operó para no tener más hijos, no quiere que una situación como esta, a su edad, le causaran un peligro para su salud. Al principio no pensé que fuera a durar tanto y menos con el impacto de su cuerpo contra el mío, pero logro superar mi patético récord y ella queda algo satisfecha. Después de pasada un poco la euforia, se da una ducha caliente en lo que yo «recargo energía». Al dejar la cama, me deleito contemplando su cuerpo desnudo, apreciándola de toda a toda. Mientras se marcha al baño, siento que no puedo quedarme de brazos cruzados. Voy detrás de ella y proseguimos en la enorme bañera del ostentoso hotel. La beso, desde sus labios, sus pechos y sus piernas, hasta practicarle sexo oral que la hace gritar una y otra vez.

Terminamos en la cama donde me quedo dormido, completamente desnudo y sin alguna cobija que me cubra de la brisa del ventilador del techo.


Despierto exhausto, apenas si puedo abrir los ojos llenos de lagañas. Al asomarse un poco los rayos del sol por la pequeña ventana, noto que ella se ha marchado. Su ropa, su bolso y su aroma se desvanecieron de la acogedora habitación. Quizás, después de todo, sí creyó que soy un prostituto, porque veo un sobre que contiene un pequeño fajo de billetes. Al sacarlos, cae un pedazo de papel con una nota escrita a puño y letra:

Querido David, lamento irme así tan rápido. Me encantó estar encima de ti, lamentablemente tengo que volver a casa temprano. Aprovecho que mi marido está fuera de la ciudad por negocios. Por último, te dejo algo de dinero para que cojas un taxi y te lleve a donde tengas que ir. Espero verte de nuevo.

Desde dentro de mi corazón,

Martha.

Termino de leer la nota y empiezo a vestirme. Necesito salir de aquí y verme con Alessandro, sé que le quedé mal y ahora me va a querer matar. Perdí la noción del tiempo y puede ser que haya perdido mi oportunidad de conseguir una habitación barata para quedarme el resto del viaje. Me visto frente al espejo, acomodo mi ropa para que no se vea tan arrugada, mojo un poco mi cabello, me pongo mis anteojos y guardo el dinero que me entregó Martha. Salgo con vergüenza del lugar y pido un taxi, el conductor se me quedaba viendo medio extraño. Le digo que me dirijo al centro, desde ahí, si mi orientación no me falla, le daría instrucciones de cómo llegar a la tienda.

Durante el camino, sigo disfrutando el hermoso paisaje. La playa se ve a lo lejos y yo quiero aprovechar un poco más de todo eso, quiero seguir tomando fotografías y plasmar todo esto que veo. Sólo que creo que será en otra ocasión, no llevo más de un día aquí y ya estoy metido en un problema enorme con una mujer casada y con un chico precioso que posiblemente vaya a romper su ilusión por un desencuentro; voy a hablar con él. Debo preparar lo que le diré para no verme imprudente ni descortés. Él bien pudo haberme recibido y, en cambio, voy a caer en los brazos de una mujer casada. Le pregunto al taxista si conoce la tienda donde trabaja Alessandro, él afirma y dice que ese lugar no abre hasta después de las diez de la mañana y apenas son las ocho; tardaremos poco más de treinta minutos y estaré mucho tiempo afuera esperando. Me pregunta si estoy seguro, la verdad no tengo de otra y necesito poder llegar ahí.

El recorrido me hizo pensar en qué pasaría si el esposo de Martha nos llegara a atrapar en algún momento tomándonos de la mano, besándonos o algo que pueda causarme algún tipo de golpiza por él. Tampoco sé cómo es el marido, quizás es alguien gordo, calvo y con pésimo ritmo para el sexo, porque ¿de qué otra forma alguien como ella puede buscar acción en otro lugar que no sea con un semental como él? Espero que esté fuera de la ciudad. La verdad, esta situación me está preocupando más de lo que debería, se supone que estoy de vacaciones y no en una de mis típicas aventuras en Madrid.

Le pago al señor y me bajo de la unidad, veo que efectivamente el lugar está cerrado. Con la mochila conmigo, voy y me siento afuera de la puerta principal, esperando que llegue Alessandro. Espero que al menos él sí sea puntual. Dan las diez de la mañana y Alex llega sin prisas, lo veo caminando muy elegante y sin nada de qué preocuparse. Al verlo, de inmediato me pongo de pie, limpio mi trasero, mis zapatos y trato de peinarme un poco para verme algo presentable para él. No voltea a verme, notablemente molesto por la promesa que no cumplí. No lo culpo por decepcionarse.

—Discúlpame —le digo mientras él inserta la llave para abrir la puerta de la tienda.

—No tiene caso —contesta sin voltearme a ver y entra a la tienda.

No puede negarme la entrada y voy detrás de él para pedirle de nuevo disculpas.

—Lo siento mucho, es que Martha…

—Martha esto, Martha aquello, ¿estás ciego o qué? Me importa una mierda lo que pasa entre esa señora y tú. Dime con qué cara vienes después de que estuviste coqueteando conmigo y ahora sales con la falacia que vienes a pedirme asilo por haber tenido la noche que pudiste haber pasado conmigo. Ahora, hazme un favor y lárgate de aquí que no quiero verte españolito de mierda. ¿Es difícil de entender?

—Alessandro… —le digo mientras me pongo de rodillas ante él.

—Quítate, por favor, vete de mí —responde molesto tratando de hacerme ponerme de pie.

—No tengo donde ir.

—Claro que sí, ¿no le pedirás asilo a esa mujer?

—No puedo hacerlo —digo apenado.

—¿Qué te lo impide? —grita mientras se quita el abrigo que lleva puesto.

—Es que ella es casada —le digo mientras voltea hacia el suelo, disimulando lo que sucede conmigo.

—Madre mía —contesta sorprendida.

—Metí la pata, por favor déjame quedarme contigo unos días. No sé qué haré, no contaba con que los hoteles fueran a estar carísimos y yo sólo tengo lo necesario, no soy como aquellos grupos de estudiantes universitarios que se la pasan vagando y tocando por dinero.

—Te daré una última oportunidad sólo porque no puedo decirte que no.

Le empiezo a besar los pies y le abrazo las piernas al intentar ponerme de pie.

Es algo humillante para mí, es una oportunidad única que tengo para conseguir asilo barato en un lugar céntrico. Al no tener mucho que hacer más que pasear por los ostentosos restaurantes sin entrar o visitar los lugares históricos, mato un poco el tiempo y me quedo con Alex en la tienda, despachando a la clientela en lo que llega su padre.

Las horas transcurren y él me cuenta que su tía es la única que sabe completamente de su homosexualidad, sólo que guarda el secreto para no afectar a sus padres, no ven bien que su único hijo varón ande por ahí besándose con otros hombres. ¡Vaya sociedad! Mis padres tampoco saben lo mío. Bueno, no soy completamente gay, me gusta tener de vez en cuando mis encuentros con algunas chicas lindas. No le digo que no a unos ojos hermosos. Ahora mismo, no tengo idea de cómo voy a saber de Martha, no tengo el teléfono de ella, lo único que sé es la ubicación de aquella cafetería donde nos vimos anoche. Le cuento la historia de mi noche con ella. Al principio, Alex se molesta, aunque después lo va entendiendo, a él también le gusta escabullirse por ahí para tener algunos encuentros a escondidas de sus amigos. Si bien nunca pensé en mi encuentro con Martha como algo serio y, quizás, para ella sólo fue una noche más, de alguna forma sé que esa señora tiene algo especial que no puedo describir. En la playa sentí una conexión, fue un momento mágico.

Terminando el turno de Alex, nos vamos él y yo a pasear por la playa. Ahora no somos Martha y yo, no siento nada en especial y creo que él también lo percibe. Me lleva a cenar a un lugar muy bonito, dejando atrás los sentimentalismos y llevando esto a una futura amistad.

Lee la siguiente parte >