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El reino del fuego

Último Recuerdo: Fe

341 19 min.

La persona frente al altar voltea a ver quién ha llegado a la iglesia. Al verme esta persona se impresiona. Éste es un chico bestia gato delgado y de estatura media baja. Es de tez morena aperlada con ojo cafés pequeños, pelo castaño oscuro y sus orejas están un poco caídas, éstas son de color rojo casi marrón.

—¿Quién eres, mujer? —Pregunta el chico gato interrumpiéndome antes de decir algo— ¡Espera! No me digas nada. Tú debes ser la chica de la leyenda, ¿verdad? —Continúa el gato respondiéndose a sí mismo. «Vaya, hasta ahora es el único que supo reconocerme de buenas a primeras».

—Así parece. ¿Cuál es tu nombre? —Pregunto con una ligera sonrisa caminando hacia él.

—Soy Nono, uno de los miembros de la alta familia Kira del reino de Beskonechnaya Pustynya. Nuestra dinastía ha vivido en Catopolis los últimos años, pero nació en el frío y eterno invierno de lo que antes se le conocía como la Antártida —responde Nono con mucha alegría. «¿Qué estará haciendo aquí y dónde estará Iris?»

Tal vez Nicolás me mintió. No, eso es imposible. La iglesia donde estoy es nada más ni nada menos que la misma a la cual mi querida amiga me trajo, no ha cambiado en nada. No me explico cómo sobrevivió a los juicios, pero estoy segura que ésta es.

—Esto no puede ser —me digo a mí misma confundida por toda la situación.

—Sé que es difícil de creer, pero yo soñé esta situación hace ya doce años atrás: tú y yo en la iglesia del génesis, conversando. Sé que fue una epifanía extraña este momento, pero te puedo asegurar que lo que viene es mejor, ¡je, je, je! Por cierto, soy el visionario de mi pueblo, veo el futuro en sueños —Confiesa Nono al escucharme confundida. Él prosigue al notarme extrañada—. Honestamente no he venido a «eso» que ocurrirá a este lugar. Vine a hablarle a Iris sobre el último sueño que tuve —explica Nono con algo de nostalgia en su mirada viendo la increíble estatua del techo.

—Espera, Nono. ¿Sabes dónde está Iris? ¿Hablaste ya con ella? —Nono se detiene al escucharme, queda cerca.

—Hace un momento hablé con ella, te diré dónde está, si gustas—me dice Nono muy feliz de poder ayudarme. Siento mucho alivio al saber que ella está bien, así que accedo—. Debe estar en el cementerio, dijo que iba para allá. Éste se encuentra pasando la puerta a la derecha del altar. ¡Vamos! —Indica Nono con emoción, y justo cuando vamos hacia allá, en el altar encontramos a Iris, hincada y rezando—. Iris, ¿qué te ha pasado? —Pregunta Nono al ver que me detengo al momento de verla allí, puesto cuando entré no había nadie en ese lugar.

La figura que está frente al altar se coloca de pie y voltea. Sus ojos brillan en un color azul muy hermoso, pero al mismo tiempo es frío y arrebatador.

—Maldición, llegué tarde —me digo a mí misma con gran tristeza y coraje por dentro. Una vez más el piromante encapuchado se me ha adelantado por muy poco tiempo, le estoy pisando los talones, pero no más. El clon de fuego azul usa la técnica de Iris para convertir hojas llenas de escritos y rezos en cuatro largas agujas, las cuales coloca en su mano. La monja puede lanzarlas a una velocidad increíble con una precisión demoniaca, por más irónico que suene.

Una vez estando preparada para atacar, el clon empieza a caminar hacia mí.

—¡Nono, apártate! Yo me enfrentaré a ella —le ordeno al chico gato, quien asiente con la cabeza sin oponerse y se coloca detrás de una de las grandes columnas de la iglesia, mientras tanto desenvaino mi espada y me dirijo hacia el clon.

Una vez frente a frente, y a una favorable distancia, estamos listas para iniciar el combate.

Hace mucho nos encontrábamos en la iglesia del Génesis. En ese tiempo, el templo sólo era habitado por una monja que hacía exorcismos y daba consultas de todo tipo a las personas que lo desearan, como: confesiones, bautizos, bodas, comuniones, etc. Se trataba de Iris, y ella no cobraba por sus servicios, pues obviamente esto iba en contra de la religión, ya que es mandatario que un sacerdote hombre «entrenado» hiciera estas cosas. Mi amiga pregonaba que a «Dios» eso no le importaba, que mientras el ritual fuera efectuado con amor y convicción, para el «Señor» debía de ser suficiente.

Muchos estaban en desacuerdo con esto, pero Iris los ignoraba, satisfecha del amor y felicidad que les brindaba a las personas con bajos recursos, necesitadas o incluso excomulgadas de la iglesia popular, mismas que depositaban su confianza en ella.

En ese día, estábamos en el altar de la iglesia platicando. Nos encontrábamos ahí: Ken, Kantry, Joseph, Annastasia, Iris y yo. Comíamos unos refrigerios que Iris y Kantry habían preparado en la cocina de la iglesia, mientras que Ken y Joseph limpiaban el lugar; por otro lado, Annastasia revisaba el correo de la monja, a la par que yo organizaba sus cosas, justo después de haber lavado parte de sus prendas y cobertores.

Recuerdo haber invitado a Xeneilky, pero no pudo asistir en la tarde; por otro lado, se presentó mucho más temprano que nosotros, ayudó a Iris a cortar el pasto y a recoger mucha basura. Cuando llegamos, él ya se había ido.

—Aún no puedo creer que te hayas acabado el Banjo-Kazooie en sólo ocho horas, ¡tendré que ver esa partida, maldito! —Dijo Kantry a Joseph quien había asegurado que era experto en ese antiguo video juego.

—Cuando quieras puedes pasar a mi casa a ser humillada —respondió Joseph con bastante presunción y confianza, al mismo tiempo que Kantry le lanzaba una bola de papel.

—¡Oigan, no tiren basura, acabamos de limpiar! Tengan algo de consideración —los regañó Ken con una voz seria.

—¡Vamos, no seas tan rudo! Sólo están jugando —le dijo Iris a Ken muy alegre. Las cosas no podían simplemente ir mejor, todo estaba en gran paz y armonía.

Annastasia y yo veíamos todo lo que pasaba y platicábamos entre nosotras, a la par que bebíamos jugo de uva y comíamos de nuestras enormes tortas de jamón.

—Es increíble ver que las cosas por fin están calmadas, ¿no lo crees? —Me preguntó Annastasia mientras yo bebía de mi jugo. Ella sonaba feliz, pero preocupada.

—Tranquilízate. Sé que horribles tiempos vendrán pronto, pero sólo quiero que disfruten este momento por ahora. Concentrarse demasiado en el futuro sólo nos hará infelices, amiga —respondí a Annastasia después de un leve suspiro. Ella me vio, luego sonrió tristemente bajando la mirada.

—Tienes razón —dijo Annastasia—. Debo disfrutar el ahora, me preocuparé del mañana cuando se convierta en el hoy —continuó mi amiga ya más tranquila y más jovial.

Todo iba perfecto, hasta que escuchamos un estruendo afuera. Fue tan fuerte que todos guardamos silencio y volteamos hacía de donde creíamos que provino el ruido.

El silencio cubrió el lugar hasta que se comenzaron a escuchar pasos. —Kantry y Annastasia. Vayan a las recamaras, nosotros nos encargaremos de lo que sea —dijo Ken sin sonar fanfarrón, sino muy serio y maduro.

—¡Claro que no! Me quedaré aquí a ayudar, todos deberíamos… —replicó Kantry algo molesta, pero fue interrumpida por Iris.

—No, esto debe ser algo que yo debo atender. En caso de ocupar su ayuda les hablaré, todos deben irse a las recamaras ahora. **, tú sabes dónde guardo las hojas, tráeme todas las que puedas cargar lo más rápido posible —nos ordenó Iris con gran seriedad y amabilidad, asentimos y cumplimos sus mandatos. Corrí hasta aquella sala donde Iris llenaba hojas con numerosos rezos. Al llegar tomé una enorme cantidad a como mis brazos y fuerza me lo permitieron.

Entregué lo pedido a la monja, y ella se las ató con una soga a la cadera gracias a un nudo en forma de cruz, suspendidas en su cintura. Luego colocamos las demás encima del altar regresando su mirada Iris a mí.

—Muchas gracias. Por favor retírate y estén al pendiente de cualquier cosa —dijo la monja casi susurrándome. Le di un fuerte abrazo que ella rápidamente devolvió con gran cariño, nos soltamos y giré hacia la puerta de las recamaras. No obstante, antes de alejarme, mi amiga me detuvo del brazo. Voltee a verla extrañada—. No te preocupes, todo va a estar bien. Confía en mí.

—Siempre. Mucho cuidado —respondí ante esto. Pronto la chica me soltó y corrí para reunirme con los demás. Detrás de la puerta se encontraban todos viendo y escuchando lo que sucedía.

Iris se había colocado enfrente del altar viendo hacia la puerta principal con sus manos juntas enfrente de su cuerpo, sujetas la una a la otra cerca de su vientre.

Pronto, las puertas de la iglesia se abrieron dejando entrar a un hombre que cojeaba y muy apenas mantenía su respiración. Éste traía consigo una enorme espada envuelta en tela, la arrastraba difícilmente con él.

—Bienvenido sea, señor, a la iglesia del génesis. Por favor, dígame: ¿Qué lo trae por acá? ¿En qué le puede ayudar esta humilde monja? —Preguntó Iris al desconocido con calma, él se veía casi acabado.

El hombre jadeaba intensamente una y otra vez intentando recuperar el aliento para hablar y balbuceando. Mi amiga no pudo apretarse más el corazón para no ir a ayudarlo e inmediatamente corrió hacia él para ver qué sucedía.

En ese instante Annastasia pudo sentir lo qué ocurría e intentó intervenir, pero la detuve antes. Ella me vio asustada, mas sólo hice un movimiento de negación y seguí observando a Iris.

La monja tomó al hombre por encima de los hombros y le ayudó a entrar. Éste se negaba a soltar la enorme arma que era más grande que cualquiera de nosotros.

Ambos llegaron hasta la luz del altar y fue ahí donde lo pudimos ver, yo lo reconocí; se trataba del mismo hombre que vivía con Marcia y que me topé en el aeropuerto, pero su aspecto estaba ya muy demacrado, como si le hubieran succionado la vida.

—¿Qué le está pasando? Déjame ayudarle —le pidió Iris al hombre sosteniendo su rostro.

El hombre tomó entre sus manos su espada y explicó algo que nos heló la sangre.

—Esta espada está maldita. Es una Zweihander maldita llamada Widerstreit. Su antiguo dueño fue asesinado por ella. Puedo escuchar todas las noches los lamentos, el odio, la muerte, cómo todo esto está aquí; me está intentado llevar, por favor, ayúdame. Marcia me habló de ti, que me podías ayudar —suplicó el hombre a duras penas.

Iris, sin pensarlo, alejó a la víctima de la poderosa arma pateándolo, éste voló hasta llegar a la mitad del templo y cayó desfallecido.

Cuando esto sucedió, la espada se colocó recta en el piso, como si se hubiera puesto de pie. Iris se levantó cuidadosamente al ver esta escena, nosotros estábamos atónitos ante ello.

Pronto se oyeron horribles gritos de personas que agonizaban y sufrían de una manera bestial. Sus lamentos eran tan horridos y espeluznantes, que provocaron que el hombre que trajo la espada se tapara los oídos con ambas manos para después gritar y retorcerse.

Las telas que cubrían la espada se movían de una manera espantosa, y a través de ellas se pudieron notar los rostros de todos aquellos que fueron quemados para forjar el arma, mientras el sonido del fuego recrujía debajo de ésta. Era como una visión asquerosa del mismísimo infierno.

La tela finalmente se rompió liberando el objeto: una enorme espada con bellísimas obras de arte labradas en su empuñadura de acero oscuro.

El arma entonces voló hacia el hombre que la trajo y éste la tomó con su mano derecha. Como si fuera una especie de muñeco. Aquel fue levantado hasta quedar de pie con el arma empuñada hacia Iris, a la par que sus ojos habían sido intercambiados por dos esferas negras.

Iris tomó las hojas de su cintura formando una lanza con la cual apuntó a su enemigo.

Las hojas con rezos que estaban detrás de la monja en el altar volaron por todo el lugar debido a que un enorme viento entró por la puerta abierta que dejaron atrás.

El escenario se hallaba listo y una increíble batalla estaba a punto de ocurrir.

El clon de Iris inmediatamente saca varias hojas con rezos y las transforma en la lanza de mis recuerdos para apuntarme con ella.

Yo empuño mi espada, triste, puedo sentir cómo las lágrimas quieren salir de mis ojos, los hermosos recuerdos de la amistad que tengo con Iris vinieron a mí una y otra vez; no quiero combatir contra ella, no quiero despedirme de ella, deseo que esto sea un estúpido sueño y que mi amiga esté a salvo. El agua recorre mis mejillas sin que pueda hacer más.

—No llores, amiga —dice el clon con la tierna voz de Iris—. Tú eres fuerte, siempre lo has sido. Ven y demuéstrame que sigues siendo la misma persona de la que yo y toda la Elite de fuego está orgullosa —me pide como si fuera el último favor que le hiciera. Aprieto la empuñadura de mi espada y sonrío levemente.

De buenas a primera trato de detener a mi oponente con mis habilidades psíquicas, mas no parecen siquiera afectarle. Es como si las ignorara por completo. Mi enemigo salta hacia mí. Yo espero a que llegue, pero cuando Iris está cerca, me lanza las agujas. Opto por esquivarlas agachándome, sin embargo, al estar debajo de los proyectiles, éstos estallan para convertirse nuevamente en hojas, las cuales se esparcen por toda el área a mí alrededor. Después, algunas de éstas me tocan y se aferran a mi cuerpo emanando energía que quema mi piel.

Grito de dolor, al mismo tiempo que caigo e intento levantarme, pues el clon sigue en camino hacia donde yo me hallo. Logro recibir a Iris, ella desea encajar su lanza, pero consigo desviar su arma empujándola con mi espada hacia la izquierda, aunque eso no sale del todo bien, puesto que el dolor de las quemaduras me hace debilitarme y la lanza pudo cortarme cerca de mi última costilla.

Intento crear una llamarada para alejar a Iris, mas ella ve mi intención y salta lejos. Le lanzo una enorme bola de fuego que sin problema alguno evade. Cuando ya las flamas han sido disparadas, y las hojas de rezos caen de mi cuerpo, intento cubrir mi herida provocada por la lanza con mi mano, además de tocarla para saber qué tan profunda es. El clon de Iris ha conseguido lastimarme mucho, pues la sangre brota rápidamente y yo comienzo a marearme.

Cuando me recupero, veo que Iris no está perdiendo el tiempo, ha arrojado su lanza tan pronto toca el suelo y ésta ya se encuentra muy cerca de mí. Uso mi espada para desviarla, lo cual me causa un dolor tremendo en mi dorso. Iris aprovecha esto y provoca que el arma estalle en más hojas. Dichas se aferran a mí y me queman de manera espantosa. Creí que este ataqué cauterizaría mi herida, pero no, lo único que logró fue lastimarme más.

Me convierto en albatros para dejar atrás las hojas, vuelo por encima tan rápido como mis fuerzas me lo permiten; sin embargo, mi rival no desaprovecha la oportunidad. El clon convierte cientos de hojas en agujas, las toma todas entre sus dedos y salta tan alto a cómo sus piernas le dejan. Una vez arriba hace piruetas arrojando las agujas en todas direcciones sin patrón alguno, a una velocidad sobre humana. Intento esquivarlas, pero es inútil, ya que cuando las evado, Iris reúne sus palmas a la altura de su rostro, lo que vuelve los proyectiles en hojas que cubren la zona de arriba a abajo.

Me vuelvo humano y me dejo caer, algunas hojas que están cerca del suelo se pegaron a mis piernas, me lastiman y caigo de llano al piso. Esto no evita que use mi piromancia contra todo el papel, lo quemo inmediatamente para evitar más daño. Creí estar a salvo por un momento, mas Iris reúne una cantidad absurda de hojas para construir alrededor de su mano una de las armas más letales en su repertorio, una a la que llamábamos: el martillo de Dios.

La monja viene cayendo a toda velocidad hacia mí, me apunta con el poderoso ariete que construyó. Cuando me doy cuenta de esto, lanzo una llamarada púrpura enfrente de mí, a mis pies, mientras me transformo en zorro.

La explosión de fuego púrpura me arroja lejos, justo cuando Iris cae donde me encontraba, gira su cadera y jala con todas sus fuerzas el martillo de Dios usando su correa y su cuerpo, con lo que azota el suelo devastándolo totalmente.

La tierra tiembla y el golpe suelta un tremendo ruido que ensordece a todos los presentes, mientras que la fuerza del impacto me arroja todavía más lejos y me vuelve humana, arrastrada hasta chocar con la pared.

Logro levantarme a duras penas, pero Iris corre hacia mí e intenta cortarme con su lanza. La intercepto no una, sino varias veces, pues trata de conectar un golpe blandiendo su arma sin ningún ápice de piedad. En su cara puedo observar la concentración de mi vieja amiga; su poder y su gran corazón era lo que la hacían un contrincante feroz, un rival imponente a la hora de combatir y que siempre hacia su trabajo ayudando a los demás. Ella era impecable en todo aspecto. Me rompe el corazón verla y saber que pronto tendré que despedirme.

El clon logra pasar su lanza a un costado mío, en favor de tomarla con firmeza y así golpearme para perder mi balance, luego salta detrás de mí y, con una fuerza bestial, me da una patada hacia atrás en medio de mi espalda que me arroja hasta el medio de la habitación.

Yo me levanto apoyando mi mano sobre el suelo, toso sangre mientras siento mi cuerpo totalmente devastado; herido múltiples veces por los atroces ataques de esta monja. Ya no puedo más.

Por unos instantes el tiempo a mi percepción se vuelve más lento. Respiro con mucha dificultad, siento que todo ya se acaba. No puedo concentrar la mirada, todo es borroso, sólo puedo ver cómo sangre combinada con saliva cae de mi seca boca, cómo mi espada tiembla encajada en el suelo, ya que la comencé a usar de apoyo, y la mano que la sostiene está por colapsar, además que mi derecha se halla repleta de mi sangre, la cual no logro hacer que deje de brotar.

Perdí la esperanza. Esta batalla no puedo ganarla, no tengo fuerzas para hacerlo. Ya han pasado por lo menos más de seis días y no he comido bien, no he descansado, he peleado sin cesar y recorrido grandes distancias. Soy un simple humano, por más piromante que sea, no soy inmortal ni súper dotada como tal. Necesito descansar para sobrevivir, para seguir adelante, y no lo hice porque soy muy terca.

—Esto es impresionante. Ya has perdido la voluntad de pelear, ¿verdad? —Me pregunta el clon, no puedo evitar llorar ante la respuesta, con la vista baja—. ¿Qué te ha pasado? Tanto tiempo que estuviste lejos sólo te ablando. Debió hacerte más fuerte, tenías que regresar con el brillo que siempre tuviste y reunirnos. Creo que será que acabe con esto, en honor a tu memoria —ultima la monja con una voz regia y triste.

Volteo hacia Iris, ella ya ha saltado con su lanza, está a punto de darme el golpe de gracia; ya no hay nada más qué hacer, no puedo ganar esta batalla. Debo hacerlo para poder seguir adelante, pero, ¿cómo haré algo así en este estado? Mi propia cobardía en aceptar mis límites me ha llevado al fracaso, y es ahora cuando enfrento mi juicio por ser tan testaruda, por apostar a que soy invencible y puedo hacer todo yo sola. No soy perfecta y nunca lo seré.

En el último momento, cuando siento a Iris ya muy cerca, aprieto la empuñadura de mi espada y pienso en contratacar para ver si consigo vencerla de un golpe inesperado; no obstante, nunca sabré si hubiera funcionado ese tonto plan. De la nada, un rugido se escucha, y una poderosa bola de hielo golpea a Iris lanzándola hacia atrás y congelándola un poco. Rápido la monja desprende de sus prendas y su piel hojas de rezos que usa para cubrirse, por lo que sale prácticamente ilesa.

Iris y yo volteamos hacía de dónde provino ese proyectil helado, y vemos que, al costado de una de las columnas, hay un enorme lince de pelaje rojizo oscuro vistiendo una enorme bufanda negra y con unos goggles rojos en su cabeza. Es Nono en su forma de bestia, él observa atento a Iris mientras gruñe furioso.

Yo estoy impresionada por lo qué ha pasado, pero no puedo dejar que él se involucre en esta batalla.

—¡Nono, por favor, no te entrometas! Ella está aquí por mí y debo ser yo quien la venza. Si no lo logro, desaparecerá. No tiene caso que te preocupes por que sobreviva si yo no lo hago —grito al enorme gato que se me queda viendo enfadado—. Por favor, no quiero que te lastime —continúo diciéndole a la bestia. Entonces su semblante cambia a uno más calmado, aspira una gran cantidad de aire inflando su pecho y levantando un poco sus dos patas delanteras. Después, Nono coloca de nuevo sus extremidades en el suelo, agacha su cabeza y expulsa de su hocico un fresco aire color verde menta en mi dirección. Éste choca contra mi cuerpo y lo envuelve suavemente, curando mis heridas de inmediato.

Nono me ha lanzado una técnica de curación, la cual me regresa parte de mis energías para seguir peleando. Pero antes de poder decir gracias, Iris ya había arrojado su lanza hacia mí, la intercepto con una llamarada que estalla en medio del campo de batalla.

El clon de Iris se lanza hacia el choque de nuestras técnicas haciendo una cara de impresión al ver que detrás del fuego emerjo para atacarla. Ella crea otra lanza y se cubre con ésta de mi ataque, el cual va directo a su cabeza. El clon inclina su lanza hacia su derecha para barrer mi ataque, logra que yo me desbalanceara a su costado y me patea con una fuerza tremenda. Caigo lejos con dolor.

Iris sigue teniendo mucha ventaja. Necesito hallar una forma de vencerla antes que la fatiga regrese a mí. Por eso, intento detenerla lanzándole una enorme llamarada púrpura que ella bloquea con su lanza y forma más agujas que arroja a mis piernas. Éstas dan en el blanco e inmovilizan mis movimientos.

El clon no piensa dar tregua. Iris está cien por ciento concentrada en aniquilarme sin piedad. «¡Vamos, piensa! Debe de haber algo para detenerla».

—Tu pasión, tu imaginación, tu inteligencia y tu gran determinación siempre fue lo que te volvía a ti misma. ¿Has perdido todo eso? ¿Acaso has dejado de ser tú misma? —Pregunta el clon de Iris, estoica—. ¡Recupera tu ser! ¡Regresa a ser tú misma! ¡Está y cada una de las peleas que has tenido son el camino que necesitas para ser nuevamente tú! ¡Mira más allá de lo que somos! —Grita con furia mi oponente.

La monja crea nuevamente el martillo de Dios, salta y está lista para aplastarme con él, ya que me tiene inmovilizada. Ninguna de mis armas puede detenerla, ni siquiera mis poderes psíquicos que he tratado de emplear desde un inicio, mismos que ni siquiera la inmutan. No hay forma en la que yo pueda vencerla con este nivel patético que poseo.

Si tan sólo recordará todo sobre mí, esto no sucedería. Si fuera yo misma, podría vencer a Iris.

Claro, recuerdo las últimas palabras de Annastasia en aquel recuerdo donde Iris se enfrentó a la espada maldita. Lo que ella dijo en aquella ocasión suena en mi mente una y otra vez, lo que me trae el desenlace de ese lejano momento.

«Debo hacerlo, yo tengo eso conmigo. Iris tiene razón. No puedo dudar, debo demostrar que sigo siendo yo. ¡Estoy viva!»

Cuando Iris está a punto de aniquilarme enciendo una llamarada y coloco mi espada enfrente a ésta. En ese momento sucede algo increíble: El fuego golpea la espada y la cubre de un hermoso color púrpura del cual brotan finas llamas que dejan una estela morada detrás. Al ver esto blando mi espada en el aire, lo que provoca la creación de una enorme y poderosa media luna con filo que se dispara hacia Iris. Ella intenta cubrirse con su arma, pero el poderoso e infame ataque destroza su instrumento más icónico y alcanza a cortar levemente su brazo derecho cerca del codo.

Iris cae de pie al suelo y queda impresionada con lo sucedido, a la par que mi proyectil choca contra una de las columnas y se desvanece.

—Lo estás consiguiendo. ¡Estás creando algo nuevo! ¡Demuéstrame el poder que llevas dentro! ¡Usa tu ingenio! —Exige la monja con mucha emoción y alegría. Tomo mi látigo láser y lo cubro de mi piromancia para convertirlo en un espiral de fuego. Lo azoto para atacar a la monja, quien lo esquiva a duras penas mientras hace estallar las agujas de mis piernas, esto hace que las hojas me quemen.

El choque del látigo en el suelo despide una enorme marea de fuego justo como los arrebatos de Marcia lo hacen al estrellarse. Aquello desbalancea a Iris y le causa daño. Aun así, logra recuperarse y corre hacia mí con una lanza que recién ha creado. Yo agito mi espada y arrojo otra media luna, Iris trata de detenerla lanzando agujas, pero éstas son desvanecidas por mi increíble ataqué. Ella consigue dar un pequeño salto para evadir el golpe, y entonces le disparo una llamarada. En respuesta, la monja arroja su lanza y le fue inútil, pues uso mis poderes psíquicos para controlar la llamarada. Dicha esquiva la lanza y se vuelve más voluminosa formando una enorme bola de fuego que va a por mi enemigo, al mismo tiempo que evado el arma, la cual pasa relativamente cerca de mí.

—¡Sigue así! ¡Usa tu piromancia como antes! ¡Encuentra formas de hacer que tu enemigo caiga ante tu gran inteligencia y perspicacia! —Continua la monja emocionada. Ella cae y corre de la esfera morada intentado evadirla. Es inútil, sigo controlándola a la par que ella me lanza agujas, las cuales destruyo con mi látigo de fuego. Luego Iris viene hacia mí y brinca creando el martillo de Dios. Rápido detono detrás de ella la enorme esfera separándola en doces llamaradas que son disparadas a todas direcciones. Por último, lanzo una nueva a mi oponente.

—¡No es suficiente! —Iris ágilmente esquiva el ataque, pero yo lanzo una flecha que atraviesa la llamarada nueva.

—¡Lo sé! —Esto hace estallar al fuego de la misma manera que la esfera y causa un montón de explosiones de fuego púrpura provocadas por la colisión de las pequeñas llamaradas. Aquello cubre todo el techo de la iglesia. Éstas envuelven a la monja y queman cada una de sus hojas.

Iris cae al suelo, mas no derrotada. Una vez ahí, viéndome directamente a los ojos, me sonríe bellamente por última vez, mientras corre hacia mí para atacarme con su última lanza.

Intercepto el embate y quedamos cara a cara tratando de derrumbar a la otra.

—Muchas gracias por regresar. Siempre supe que volvería a verte, aunque sea una vez más, amiga. No existe un sólo momento en el cual haya perdido ese sentimiento de que, algún día, tu sonrisa confiada y altanera regresara a mí. —Mientras dice eso, su cuerpo se vuelve fuego azul y se empieza a desvanecer junto con todas las demás hojas que están tiradas en el templo. A su vez los recuerdos de Iris de alguna manera penetran en mí al verla tan feliz y con sus ojos clavados en los míos.

Lamento tener que contarte esto así, pero las cosas obviamente no salieron como yo esperaba que fueran.

Después de ver a Nono decidí contemplar una tumba en específico, la más grande de todas, la que se encuentra en medio del lugar para ser más precisa.

Una vez que llegué a ella, la miré con mucha nostalgia y tristeza, había pasado ya mucho tiempo y esta rutina no dejaba de dolerme por más que lo intentara. Las cosas se habían puesto muy mal desde que te habías ido. Nos haces falta a todos. Me haces falta a mí, amiga.

—Últimamente he sentido que las cosas por aquí han cambiado bastante, como si algo estuviera sucediendo, algo que cambiará todo de nuevo —dije a la tumba con gran tristeza, pues a veces me gustaba hablarle como si pudieras escucharme—. Cómo me gustaría que estuvieras aquí, te extraño demasiado, amiga —continúe hablando frente a la lápida, al mismo tiempo que suspiraba con mucho dolor en mi corazón.

De pronto, una llama azul apareció justo enfrente de mí, y no fue la única, cientos de ellas comenzaron a hacerse presente a mí alrededor por todo el lugar. Era una horrible señal sin duda.

—Vaya, Iris. Has cambiado mucho a diferencia de tus demás compañeros de la Elite de fuego —habló el piromante azul en forma burlesca. Miré detrás de mí y lo vi, al sujeto encapuchado que apareció en la leyenda de El reino del fuego.

—Tú. No puedo creer que hayas escapado de ese lugar —aclaré con coraje y miedo a la vez.

—Regresé para vengarme, Iris. Pronto será el fin de la Elite de fuego —declaró el controlador de fuego azul. Tenía miedo de su poder, pero también sentía que ahora sí poseía la fuerza suficiente para vencerlo.

—Lo dudo. ¡Ven aquí! Yo me encargaré de enterrarte —amenacé al hombre, quien me dedicó una mirada llena de locura y me apuntó con sus brazos.

—Comencemos, Iris —emitió el piromante, al mismo tiempo que lanzaba una poderosa llamara azul. Desgraciadamente no llevaba conmigo las hojas de rezo que me iban a dar la victoria. Tenía que ingeniármelas para ir por ellas.

Pensé en atraerlo a la iglesia, pero ahí estaba Nono y no quería involucrarlo en esto, menos con este maniaco que no le importa tomar la vida de los demás sin siquiera pensarlo un poco.

Rápidamente formé una lanza del destino y la arrojé a una llamarada azul que me disparó. Ésta explotó junto a mi arma. Luego formé varias agujas de santa imponencia y las arrojé hacia el desgraciado, quien al ser golpeado por ellas se desvaneció volviéndose muchas llamas azules.

Debo reconocer que esa técnica no la conocía, creí que sólo tú podías hacer algo así con tu cuerpo, pero ahora veo que cualquier piromante debe poder utilizar dicha técnica.

Peleé valientemente contra él, lo intenté, pero no pude evitar ser asesinada. No obstante, sucedió algo que no me esperé. En el último momento, antes que me aniquilara, conseguí golpear al hombre en la cara, y las llamas no lo curaron de esta agresión. Tal vez la clave este ahí.

Sólo tú puedes acabar con él, sólo la líder de la Elite de fuego puede.

Confió en que lo lograrás.

—¡Iris! ¡No, por favor! —Chillo al momento de darme cuenta que se acabó, que la pelea había llegado a su fin.

—¡Muchas gracias por ser la persona más maravillosa que he conocido jamás! —al decir esto, solté mi arma y me lancé a abrazar a mi amiga, misma que dejó la lanza y se dejó caer en mis brazos. No quiero soltarla, así las llamas azules me quemen, no quiero que se vaya.

—¡Iris, no te vayas! ¡Por favor, quédate conmigo! —Iris levantó sus brazos, y con lo último que le queda de fuerza me abrazo fuertemente hundiendo su rostro en mi hombro derecho y llorando de igual manera.

—¡Te amo, amiga! Jamás olvides lo mucho que todos te adoramos. ¡Nunca olvides quién eres, ---------! —Iris se desvanece en mis manos volviéndose sólo ceniza y deja en ellas un viejo anillo que le di en nuestro aniversario de amistad. Nono se acerca a mí, al mismo tiempo que regresa a su forma humana y me habla, aunque realmente no puedo escuchar lo que dice.

«¡--------! Ese es mi nombre…», pienso una y otra vez sonriendo. Finalmente lo he recordado, por fin. A pesar que el mundo que conocí fue transformado gracias a Arctoicheio y Pridhreghdi, que el piromante aniquilara a todos los que traté de alcanzar, conseguí saberlo.

«¡Ahora lo veo, puedo verlo claramente! Quién soy yo».

—¡Vaya! Eso fue peligroso, pero estuviste increíble. Realmente eres muy poderos… —antes de que Nono pudiera terminar de hablar, veo cómo todo a mi alrededor se desvanece, mi cuerpo se rinde totalmente y empieza a caer al suelo sin más qué poder dar. Todo se vuelve oscuridad lentamente y el dolor que siento, tanto en mi cuerpo como en mi alma, me mata sin piedad. Ya no puedo más.

—Por fin… lo conseguí —digo al desplomarme en el suelo, con lágrimas abandonando mis ojos y una enorme sonrisa que nadie puede quitarme en este momento. Comienzo a caer inconsciente al escuchar las palabras de Nono.

—¡Amiga, AMIGA! —Grita la bestia una y otra vez a la par que siento cómo me sostiene y me sacude repetidas veces. Mas no consigue que reaccione.

Veo a sus ojos, puedo notar su preocupación. Sin embargo, lo último que consigo notar al observar detenidamente mi reflejo en las ventanas al alma de mi amigo es el color de mis ojos.

Un frío y nauseabundo azul brillante es el que gobierna mis pupilas, mismo que he visto una y otra vez en mi búsqueda.

Sin más, todo se vuelve oscuro, el sonido se desvanece, mi consciencia se pierde en el abismo de los lamentos de aquellos que pelearon contra mí.

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