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El reino del fuego

Prólogo

800 2 min.

La oscuridad reinaba por todo el lugar, abrazaba mi cuerpo, ahogándome en una paz que pensaba era inigualable.

Me levanté al escuchar la alarma de mi teléfono, misma que había colocado para que no durmiera más de la cuenta. Tomé el aparato y lo apagué. Bajé los pies de la cama y estiré mi cuerpo. Estaba segura que iba a ser un buen día, uno que iba a recordar por siempre.

Pronto me apresuré a bañarme, pasé a hacerme de desayunar, limpié un poco la casa para tratar de no ser una invitada descortés y comencé a alistarme para aquel día tan especial. Me vi al espejo un par de veces, y entendí que efectivamente me veía completamente espectacular, repleta de hermosos adornos y un vestuario que gritaba lo importante que ese día era para mí. Esa fecha fue única para todos nosotros.

Terminé por bajar las escaleras del hogar, tomé una silla, la jalé hacia mí y me senté para esperar a que él llegara por mí. Miré la puerta de la entrada impaciente, con la pierna cruzada y suspirando cada vez que pasaban los largos minutos, pues mis ansias estaban comiéndose la poca paciencia que me quedaba.

«Hoy haré historia. Yo sé que sí», me decía a mí misma, hasta que, de repente, la puerta se abrió, dejando pasar a aquel hombre que tanto necesitaba ver. Sonreí al notar su figura, sus ojos dorados y sus brillantes dientes que reveló ante mí. Él me dio su mano para que lo acompañase en aquel instante. No obstante, escuché cómo unos siniestros y largos pasos iban haciéndose presentes desde las escaleras; bajó con un ritmo que estaba causándome un hueco en el corazón.

Con ello, la escena del bello hogar, fue quemándose lentamente, como si fuera una hoja de papel, que dejaba una ceniza púrpura detrás. Esto reveló un paisaje aterrador: un mar gigantesco de llamas azules que cubrían la vista a la distancia, y en el centro, un acantilado, al cual mi amigo volteó sin mirar atrás. Aquel hombre saltó. No. Más bien se fue volando y me abandonó ahí, rodeada de aquel frío fuego que suprimía mi alma, hasta que él desapareció de mi vista. Mis recuerdos, como si se trataran de una esfera de cristal, cayeron y se trozaron en miles de fragmentos. Los vi. Cada una de mis memorias parecía estarse dispersando sin que pudiera sujetarlas. Temía que jamás conseguiría volver a verlos, a mis hermosos recuerdos, y todo lo que significaban para mí. Lo único que pude sostener fue esta memoria, que parecía cortarme las manos como si fuera un viejo trozo de vidrio, al cual me temo que debo aferrarme si quiero saber qué fue lo que me sucedió.

«¿Por qué te fuiste sin siquiera decirme algo, amigo mío? ¿Acaso ya no era importante lo que habíamos planeado con tanto anhelo? Me temo que no».

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