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El reino del fuego

Octavo Recuerdo: Sensibilidad

324 7 min.

De la pared surge, con varios tubos que están conectados a su cuerpo, un enorme ser mecánico que en parte es orgánico. Lo sé porque desde aquí veo su piel maltratada, justo como la de Herald.

Su cabeza es enorme, lleva sobre ésta un casco, el cual lo cubre hasta los ojos, en donde tiene aberturas con cristal que seguramente le muestran información de lo que observa, pues se nota cómo luces se mueven a través del objeto. Recuerdo que Herald llegó a desarrollar una tecnología parecida para él. El cuerpo de la criatura es semi humanoide, pero en lugar de manos posee dos enormes cuchillas como las de una mantis, hechas de un acero muy afilado.

Esa cosa echa un grito, a la par que se mueve bruscamente. Después de esto la entrada por donde llegué se cierra, mientras se revela debajo de la criatura otra salida, un pasillo, que al final posee la tarjeta «B» y el botón «C». Aquella vía de escape fue cubierta por barras de láser, provenientes del monstruo que ahora me ataca con sus enormes cuchillas.

Enfoco todo el poder de mi piromancia y evadiendo las distintas agresiones consigo quemar al enemigo al utilizar una llamarada en su cuerpo, lo que elimina cualquier posibilidad de que este monstruo siquiera me toque, a pesar de intentar derribarme de distintas formas.

Me impresiona ver cómo el fuego es bastante voraz, reduce a cenizas a este ser a excepción de la cabeza, la cual cae al suelo, enfrente del pasillo que protegía. El láser se retira, lo que me permite seguir adelante, sin embargo, algo me llama mucho la atención: la cabeza del monstruo.

Me acerco curiosa a ella y, para mi sorpresa, ésta ruge un poco.

—¡Kyaaaaaa! ¡Muere de una vez! —Grito asustada, a la par que corto la cabeza usando mi espada al dar golpes al azar sin ver mi objetivo. De repente, cuando ya estaba hecha trizas, mi arma choca con algo. Creo que hay un objeto dentro de la extremidad, algo diferente.

No quiero indagar dentro con mi brazo, me da asco sólo ver la cabeza, pero mi curiosidad es mayor, así que meto mi mano para sentir qué fue lo que chocó con mi espada, y cuando sujeto el objeto, lo jalo hacia mí con todas mis fuerzas para expulsarlo.

La sorpresa que me llevo trae muchos recuerdos a mí, pues se trata de un arma que Herald estaba diseñando años atrás para un día muy especial.

«¡Claro! Mi cumpleaños es el primero de diciembre», recordé mientras emito una enorme sonrisa, al fin tengo ese dato.

El objeto que encontré es un látigo, resultado de los experimentos con láser de Herald, usa una aleación que el ingeniero inventó hace mucho. El arma es tan sólo un tubo de metal con tres botones y una pequeña antena en la parte superior. Me pregunto si funcionará, sólo tengo que limpiarlo un poco, porque está lleno de baba verde del androide.

Decido arrancar un pequeño trozo quemado de mi vestido y con él limpio el látigo. Los botones que posee el arma son de color morado, verde y rojo. Supongo que el primero es para activar el láser y así poder atacar. Lo presiono y agito el arma sin miedo. Para mi sorpresa el látigo láser sale de manera casi inmediata, lo genera la pequeña antena. Éste es de color celeste brillante, emite un sólido chirriante y es increíblemente manipulable, se asemeja mucho a uno de cuero.

Al soltar el botón morado el látigo desaparece, entonces supuse que el botón verde es para colgarte de objetos con propiedades magnéticas como lo dijo Herald alguna vez.

Avanzo por el pasillo, tomo la tarjeta «B» y presiono el interruptor «C». Uso el portal artificial que me lleva a la sala inicial. La entrada a la última estación está encendida, por lo que voy hacia allá de inmediato. Sólo espero Herald esté a salvo, pues no he encontrado rastros del piromante azul, dudo mucho que esté aquí. Tengo esperanzas de que así sea.

La estación «C» es enorme. Ésta se encuentra llena de curiosos bloques que poseen focos en la parte inferior. Por ello saco el látigo, lo dirijo hacia uno de éstos y utilizo el botón verde. Como creí, el látigo se extiende buscando donde pegarse, hasta que se adhiere a un bloque cercano. Claramente los focos poseen las propiedades magnéticas de las que Herald me habló el día que lo atrapé creando este objeto.

Con gran agilidad y sin miedo logro atravesar toda la subestación usando el látigo como columpio, derroto a los robots enemigos y recojo la tarjeta que hacía falta. Al ver las tres juntas, me doy cuenta que ya había tenido estas llaves en mis manos hace tiempo.

Hubo alguna vez una reunión con todos los miembros de la organización. Entre ellos se encontraban obviamente Herald, Anne, Marcia, Kantry, Annastasia y Maynard. Después de una larga discusión sobre nuevas propuestas, se tomó un pequeño receso. Cada quien se fue por su lado a pensar sobre lo hablado. Yo me di la tarea de saber qué tenía en la mente cada uno de mis compañeros, por esa razón, fui a hablar con ellos. Fue esa vez cuando llegué con Herald y lo vi discutir con Anne de manera algo ruda.

—Sabes perfectamente que no puedo hacer algo así, y si pudiera, me llevaría años lograrlo. La tecnología y la magia no son fáciles de combinar cómo los magos lo hacen parecer. Ellos no serán capaces de mostrarme sus métodos, y aunque lo hicieran, te puedo asegurar que, de alguna manera, no podré efectuar ese tipo de procedimientos, puesto no poseo poderes mágicos. —dijo Herald algo molesto y acelerado. A cómo se escuchaba, Anne le había propuesto algo complicado, por lo cual respondió antipático.

—Vamos, hojalata. Sé que puedes lograrlo. Tú «slogan» que acaso no es: «Intentando lo imposible es cuando se logra hacer posible». Tal vez le saques más jugo a esta fruta del que crees, ¡je, je, je! —respondió Anne bastante segura y demandante. Ella sentía que podía convencerlo de esa manera, por eso le reclamaba en tono sarcástico su falta de atención ante sus demandas, pero Herald era conocido por su terquedad, así como su debilidad ante las damas.

—Ya dije que no, y mi cambio de opinión está en mis manos solamente. Deja de insistir, mujer. —Herald lo dijo con una expresión en sus ojos de desconfianza, él sabía que Anne no se rendiría rápidamente, por el simple hecho de estar tragándose su orgullo para pedirle algo a su rival.

—¿En tus manos? ¡Vamos, hombre! Ésta es una oportunidad de oro, vale la pena experimentarlo. Ambos sabemos que nos conviene. Si no fuera así, no tendría la necesidad de proponértelo. —insistió Anne caprichosamente. Ella se acercó a Herald de forma coqueta, lo que fue casi suficiente para persuadirlo. Todavía su cerebro caía en esos juegos.

—¡Ja, ja, ja, ja! No me hagas reír, mujer. Es muy arriesgado, puedes meternos a todos en problemas por tu «experimentillo». Te recomiendo que esas ideas te las guardes o las compartas con alguien que quiera desafiar al gran amo Dragón —respondió el ingeniero algo nervioso.

Herald mencionó a un curioso personaje: «El gran amo Dragón». ¿Acaso los dragones en verdad existen? Y si es así: ¿Anne y Herald conocen a uno de los líderes de estas criaturas? La plática se turnaba interesante, desgraciadamente, me descubrieron escuchándolos desde una distancia no muy larga y en una posición para nada oculta.

—¿Qué demonios estás haciendo allí? ¿Estás espiando a la lata oxidada y a la maga de tercera? — Dijo uno de los miembros más descortés y torpe de nuestra elite, mientras se acercaba a mí por detrás, lo que consiguió asustarme, pues estaba muy concentrada en la conversación de los rivales.

Joseph es su nombre, él es un experto en… ¿los videojuegos? Posee habilidades exorbitantes sobre el aura oscura y luminosa, algo que definitivamente no recuerdo cómo lucía o qué hacía.

La personalidad de este hombrecito es crédula, infantil y muy social, normalmente su sangre es muy ligera, así que puede llevarse con quien sea y nunca se permite estar solo en algún lugar. Casi siempre se la pasa jugando videojuegos en su tiempo libre o transitando antros, eso sin dejar su consola portátil detrás.

Su apariencia es la de un joven adulto común de veintiún años, jovial y apuesto. Su pelo es negro, sus ojos oscuros y es de tez aperlada; es de estatura promedio y de complexión delgada.

A este tarado se le ocurrió interrumpir mi pequeña sesión de espionaje para molestarme, y lo peor es que, cuando lo volteé a ver, tenía una enorme sonrisa y me estaba guiñando el ojo el muy descarado.

—¡Tenías que ser tú, definitivamente! —Le exclamé algo enojada. Realmente quería seguir escuchando la plática de estos dos «discretontos»: un término que usábamos cuando alguien quería conversar algo privado y lo hacía cerca de los demás miembros de la elite.

—Así que nos estaba espiando, señorita. ¿No le dijeron sus papás que es de mala educación? —Preguntó Anne cuando se acercó a nosotros con una expresión de enojo demoniaca, a la par que me reclamaba mi falta de modales. Cuando la vi no pude evitar sonreírle como estúpida y poner mis manos al frente de mi pecho para aparentar que no era la idea.

—¡Claro que no! Es decir, obviamente mi madre me instruyó en ese aspecto del respeto a las conversaciones ajenas. Y no, no te estaba espiando, venía a escuchar su opinión sobre la junta cuando este pillo me vino a molestar. —Al mencionar a Joseph, le di un pequeño golpe en su hombro. Él soltó una expresión de molestia y empezó a reírse nerviosamente.

—¡Vamos! No se amarguen, naranjitas; no es para tanto. Sólo estaba bromeando, porque desde la otra esquina de la habitación se notaba que las cosas estaban muy tensas por aquí. Relájense, tómense un té de tila o algo, ¡ja, ja, ja! —Expresó el muy cínico después de alegar su defensa. Luego se empezó a retirar para perder el tiempo en otro lado, sin dejar de emitir carcajadas.

—Ese tonto nunca entenderá. Debe estar deprimido por lo que le pasó —dijo Anne, quien parecía saber más de su vida privada que yo por el momento.

—¿Joseph? Yo lo veía muy ocupado aquí. ¿Pasó algo más? —le pregunté a mi amiga, mientras yo veía cómo Joseph hablaba con Kantry alegremente al otro lado del lugar.

—Solamente que estuvo saliendo con alguien hace poco, pero las cosas no terminaron bien. Desde que lo vi, sabía que no era para nada de fiar —continuó Anne contando. Ella parecía que estaba preocupada por mi amigo. Siempre supe que no tenía suerte en el amor, aunque debería ya haberse acostumbrado a los malos tratos.

—¿Qué tipo de lugares procura para hallarse siempre gente mala? —Respondí molesta. Al escucharme decir esto, Anne rio levemente con su mano derecha un poco cerca de su boca para ocultar su alegría.

—Vamos, no seas así. Suenas mal, colega. —Mientras Anne decía esto, ella regresaba con Herald y me hacía una invitación con la mano para acompañarla.

—Por favor, Anne. Sabes que me preocupo también por él. Debería tratar de buscar a alguien que no procuré esos lugares horribles a los que va. Necesita a una persona más seria, no como él —respondí a mi amiga aclarando porque dije eso. Después empecé a caminar hacia Herald, quién me recibió en su pequeño círculo de conversación.

—Lo sé, pero sigue sonando algo grosero. Lo mejor sería que le dieras unas palabras de aliento, o que le aconsejaras sobre las personas, no haciendo énfasis a los lugares. Tú misma dijiste que hay que cambiar todo en conjunto, inclusive nuestra forma de expresarnos, si es necesario —todo esto Anne me lo dijo en un tono bastante engreído; su sonrisa era limpia y juguetona. Su mirada era pícara. En ese día, por un momento, había olvidado lo delgada que es la barrera de la ofensa para nuestra gente, sobre todo en los últimos años que logro recordar, los humanos podían llegar a ofenderse con cualquier cosa.

—Definitivamente lo haré, tomaré en cuenta tu propuesta. Ahora… quisiera saber qué es lo que opinan del proyecto, o ¿de qué estaban hablando? —Pregunté casi directamente a mis camaradas. Sé que fui un poco indiscreta, pero fue porque me interesaba lo que había escuchado, aunque, en ese entonces, parecía que mi interés iba un tanto atenúe a como lo disimulaba. Sin embargo, yo sabía algo sobre el tema, por lo cual no los presioné demasiado para saber exactamente de qué hablaban.

—Pues verás, tengo pensado usar estas llaves de acceso en la estación espacial como lo habíamos discutido. Ya las preparé, son una por cada subestación que tengo en los planos. —Herald mencionó las tarjetas de seguridad y, de la enorme capa que vestía ese día, las tomó para mostrármelas. Fue ahí cuando las vi por primera vez. Tomé las tarjetas en mis manos y las examiné como pude. Obviamente Herald y Anne me estaban mintiendo, había algo más que no querían decirme y trataban de cubrirlo con esto. Me pregunto: ¿qué podría meter en problemas a este par de «discretontos» con los dragones?

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