chapter-banner-background chapter-banner-image

El reino del fuego

Decimotercer Recuerdo: Bicolor

474 9 min.

Mi espada todavía vibraba. El piromante azul causaba un estremecimiento descomunal en ella. Era como si reaccionara a su poder.

El fuego azul es el más poderoso entre los cuatro fuegos sagrados que conozco, el mío desgraciadamente es el más débil como se ha demostrado antes. En ese momento no tenía muchas opciones más que pelear con toda la fuerza de mi piromancia, el enemigo tenía la facilidad de regenerarse inclusive contra su voluntad, sin embargo, hay un límite, los piromantes azules dependen de la cantidad de fuego azul que hay a su alrededor.

Cuando un ser vivo muere sus dos principales esencias se separan de su cuerpo: Su alma y su espíritu. Estas dos mantienen a un cuerpo vivo, no obstante, al morir son expulsadas e inutilizadas para siempre. El alma normalmente desaparece, aunque hay veces en que se forma un fantasma de ella. Éste toma parte del espíritu para «sobrevivir» y poder lograr formar un cuerpo «ectoplásmico». En cambio, el espíritu nunca se va, éste siempre se transforma en una llama azul.

El fuego azul está en todas partes. Es frío e invisible para todos. Sólo aquellas personas que tienen una cierta sensibilidad a lo «paranormal» pueden observarlo. Hay demasiadas llamas de este color, mas no son infinitas. Sí el fuego azul se agota, un usuario de éste no puede regenerarse y muere. Sólo los piromantes pueden volver visible las llamas sagradas al emplearlas, y su poder es tan grande que puede consumir hasta el diamante. Los dragones son los únicos que conocen un material que es capaz de resistir el fuego sagrado: el acero primigenio.

Cuando estaba en la cárcel de los dragones, escuché que las armaduras de estos también están hechas de este acero. Hay un dragón que se especializa en la forja dentro de la familia de Pridh, vive en el templo del volcán, al parecer. Todas las espadas sagradas están forjadas también de este acero y aquel herrero dragón es quien las creó.

Ojalá pudiera contarte más sobre mi aventura en la cárcel drakoniana, pero no es momento.

—Ken, antes de proceder debo preguntarte algo —comentó aquel ser despiadado. Él flotaba en el sitio y me veía fijamente.

—¡Dilo, será lo último que puedas preguntar, maldito! —respondí enfadado, porque me tomaba muy a la ligera y eso me molestaba bastante.

—¿Qué sentiste cuando tuviste la espada en tus manos por primera vez? ¿Cuál fue la sensación? ¿Placer, calma, poder? —Este hombre está obsesionado con la espada azul. Sus intentos por poseerla no le salieron muy bien que digamos. Si lo recuerdas, puede ayudarte a combatirlo.

—Sentí una gran serenidad, era como si la espada siempre hubiera sido parte de mí. Fue parecido a recuperar un brazo. Tú sabes a lo que me refiero. —Mis palabras hicieron pensar a mi enemigo, pero pronto me apuntó con su mano.

—Espero que entiendas la razón por la cual he decidido eliminarlos. Adiós —terminó de decir el piromante para dispararme una enorme llamarada hacia mí, mas empuñé mi espada hacia el ataque y salté con mis alas listas para volar al mismo tiempo que evadí aquel fuego.

Las llamas azules chocaron con el suelo y se esparcieron por todo el lugar hasta cubrirlo todo debajo de nosotros. Yo me dirigí al piromante empuñando mi arma, encendida totalmente en llamas. Sobrevolé este mar de fuego, al mismo tiempo que, desde abajo, éste mismo me intentaba atacar lanzándome enormes esferas azules de fuego. Mi agilidad en el aire me recompensó de una manera increíble, pues logré esquivar cada uno de los ataques que llenaron pronto la habitación entera. Enormes explosiones, llamaradas y columnas de fuego tapizaron mi vista y obstaculizaron mi camino hacia el enemigo. Era un increíble despliegue de poder que el sujeto efectuó sin siquiera mover un dedo. Cuando ya por fin estuve cara a cara con mi enemigo, le corté el brazo derecho de un sólo movimiento vertical de mi espada, este ser levantó su otra mano y desde ahí me lanzó más llamas azules.

Rápidamente me cubrí con mi arma y le lancé una bola rápida de llamas rojas al darle una patada en su brazo izquierdo. Mi ataque de fuego explotó en el antebrazo que mi enemigo estaba usando para atacarme. Esto lo dejó sin ambas extremidades.

Retrocedí un poco y me lancé en picada hacia él para dar un golpe aún más poderoso y concentrado, a la par que sus brazos se regeneraban rápidamente. Entonces, nuevamente le encajé mi espada, pero esta vez en su maldita cara de psicópata que tanto me costaba ver. Una vez hecho esto, usé todo mi poder para quemarlo totalmente, cada milímetro de su cuerpo empezó a quemarse y regenerarse una y otra vez.

El piromante azul manipuló las llamas que estaban a su alrededor para que éstas me golpearan y yo dejara de quemarlo, mientras intentaba curarse, pero me cubrí con mis alas lo más que pude. Gracias a esto ninguno de sus ataques tuvo éxito en detenerme.

Mi fuego rojo achicharró al piromante encapuchado hasta que el fuego azul del lugar, inclusive el del enorme mar de llamas que él había creado, se agotó. Al final, nuestro enemigo terminó hecho cenizas, fue carbonizado y deshecho en el aire una vez que me separé al no encontrar más fuego a nuestro alrededor.

—Lo logré… ¡Lo logré!… No puedo creerlo, pero… ya sólo es ceniza. —Cuando acabé con él, caí al suelo agotado. Apenas y podía respirar, lastimado por todos los ataques que tuve que resistir. Los alrededores se cubrieron de aquellos restos secos de mi enemigo, anunciado el final del piromante azul—. Será mejor que siga buscando —al decir eso, me levanté a duras penas, para luego dar unos cuantos pasos hacia lo que parecía ser una cueva que va a la parte superior del monte Fawz, pero al dar unos pasos, escuché su voz.

—Impresionante, fuiste muy hábil, Ken —volteé y ahí estaba el fantasma de aquel sujeto. Cuando un fantasma es creado dos llamas azules muy débiles y tenues crecen arriba de sus hombros. Lo raro es que, aunque él ya era una entidad del «otro mundo», aquel fuego se veía tal como siempre lo había sido: poderoso y brillante, diferente de los espectros. Por otro lado, su cuerpo parece estar hecho de una luz azul, no parece estar muerto.

—Se acabó, ya no tiene caso que sigas en este mundo. ¡Déjate llevar al infierno donde perteneces! —Mis palabras eran ya de desesperación. Convertí todo su cuerpo en ceniza, no había forma de que pudiera regenerarse ahora que no quedaba nada de él. Al menos eso creí hasta ver el semblante del piromante, mismo que seguía muy sereno. Un miedo tremendo empezó a crecer dentro de mí al notar aquello.

—La piromancia azul no tiene límites. Apenas empezamos y créeme, jamás volveré a dejar esta tierra para ir al infierno. —Cuando el piromante dijo eso, me di cuenta que había cometido un grave error.

—Imposible… ¡Tú! —Millones de llamas azules aparecieron alrededor y varias se transformaron en guerreros fantasmales que me sujetaron de las muñecas y el cuello, jalándome hacia la tierra. Caí de rodillas, al mismo tiempo que un espectro me tomó de mi cabello para que levantara mi cabeza y viera a mi enemigo regenerarse con todo este fuego azul. El piromante volvió a la vida, aunque acabé con todo su cuerpo.

—Es una lástima, pero los fantasmas que te sostienen están hechos de espíritu puro, jamás podrán ser destruidos con el poder que tienes. Tampoco la fuerza bruta sirve, así que esto se acabó, Ken —mencionó el maldito al flotar lentamente hacia a mí. Una vez que terminó de expresarse, colocó su mano frente a mi rostro, lo miré a los ojos y él a los míos, pude ver claramente sus intenciones.

—¿Por qué? No tienes que hacer esto. Por favor —le supliqué, pero no me escuchó.

—Es muy tarde para eso —me respondió con su fría voz. Su rostro no cambio, millones de recuerdos de nuestra amistad pasaron por mi mente. De alguna manera, una pasión creció dentro de mí y conseguí quemar a los espectros que me sostenían al usar toda mi fuerza junto al poder del fuego rojo mientras gritaba, pero la llamarada de mi enemigo me consumió justo al suceder esto, lo que detuvo mi última oportunidad de hacer algo.

Pude sentir mi tristeza recorrer mis mejillas. Fue sólo un fragmento de segundo en el cual deseé poder haberme dado cuenta antes de a quién me enfrentaba.

Traje este arete para recordar aquellos tiempos de hermosa amistad que vivimos, amiga. Quiero que sepas que sigues en mi corazón.

Kantry… perdóname, espero que este destino no te alcance y te des cuenta de la verdad antes de que ésta te consuma.

Aquellas últimas palabras de Ken me llenaron de tristeza y nostalgia. No puedo evitar llorar su perdida, es demasiado saber que todos se están sacrificando por mi culpa gracias a ese piromante azul. Ken estaba seguro de saber quién está detrás de la capucha, no obstante, al final, descubrió que no se trata de quien él pensaba que era en un inicio. ¿Qué quiere decir eso?

Aquel encapuchado se convirtió en todo un enigma.

Ken puso a prueba las habilidades del piromante azul, y descubrió que, aun con sus cuerpos desintegrados, ellos pueden regresar a la vida si hay llamas azules cerca, pero ¿cómo saber que ya el fuego sagrado del espíritu se ha acabado? ¿Acaso dependerá de algo más si pueden curarse o no? Las cosas se tornan difíciles y mi presa ha causado un poco de terror dentro de mí con esta información.

Avanzo hacia donde Ken pensaba dirigirse y la cueva está totalmente bloqueada por un gran derrumbe. No tengo la fuerza para mover tantas rocas, y si les lanzo llamaradas para pulverizarlas, caerán más. Tengo que pensar en cómo las voy a mover para avanzar. Es ahora cuando algunos recuerdos vuelven a mí.

Me veo muy pequeña, como de siete años. Iba corriendo hacia la escuela primaria a la que acudía en su entonces. Tenía puesta mi mochila, colgada de mi espalda, y en aquel momento en específico, iba admirando una pluma de color rosa y morado que me gustaba mucho. Estaba jugando con ella sin poner atención por donde caminaba. Entonces, cuando crucé una calle sin voltear a ambos lados, escuché cómo una camioneta me pitaba repetidas veces de manera alterada. Al voltear vi que venía hacia mí rápidamente. Retrocedí de inmediato y salté para salvarme.

Logré esquivar el auto cuando arremetí contra el suelo, pero mi pluma cayó en una alcantarilla, donde podía observarla, mas no alcanzarla.

Era mi pluma favorita y aunque el lugar estaba lleno de cosas mohosas, gusanos y cucarachas, metí mi mano por una pequeña rendija en favor de recuperar mi pequeño tesoro. Me faltaba muy poco para poder alcanzar mi pluma. Tenía mucho asco, mas mi decisión por obtenerla era tan fuerte que, de alguna forma, la visualicé en mi mente e imaginé que ésta subía a mi mano en el momento que me estiré lo más que pude al cerrar mis ojos para ignorar sus alrededores.

De repente sentí la pluma tocando mi mano, por lo que cerré mi puño para sostenerla. Cuando saqué mi brazo con mi bolígrafo sujetado, sentí que algo raro había pasado. Fue ese el día en que me di cuenta que yo no era alguien normal.

Cuando tenía diez años noté un lápiz tirado en el suelo de mi salón, durante una clase de matemáticas. Todos ponían mucha atención a la maestra, así que usé mis poderes para girar el lápiz hacia mí y lo recogí con mi mano agachándome ahí sentada en mi pupitre. Tiempo después, cuando estaba en la secundaria, estuve a punto de ser golpeada por una pelota al caminar, y cuando la observé muy cerca, la desvié hacia un lado por inercia. Ese día un chico vio lo que hice, el mismo que había conocido hace tres días cuando nos tropezamos en una esquina de mi casa de estudios del momento.

Aquel era el mismo que recuerdo en el incidente del volcán. Él me dijo que también poseía un «superpoder». Él suyo era una especie de escudo. No le afectaban ciertas cosas a él o a alguien que tocara, por ejemplo: si estuviera lloviendo, no podías mojarse por más que el agua le esté cayendo a cantaros, lo mismo para el sol, viento, frío, cosas toxicas y derivados. Aunque ese era para mí el más increíble, poseía otro que se dejaba notar demasiado, si él lo deseaba, mas las condiciones para efectuarlo eran algo incomodas, sobre todo para un adolescente.

Después descubrimos que poseíamos más habilidades. El día de la explosión volcánica fue nuestra prueba. Ahora recuerdo ese día con más claridad.

—¿Qué vamos a hacer? —Volteé hacia aquel muchacho. Él estaba muy serio y decidido a proceder después de ver cómo una montaña estalló en llamas.

—Vamos más delante, hay que crear una enorme zanja donde la lava caiga y no llegue hasta aquí. ¡Hay que apresurarnos! —Al decir esto rápidamente corrimos al pie del coloso, donde ya no había viviendas.

Usé mis poderes psíquicos para levantar grandes cantidades de tierra y moverlas hacia atrás en favor de crear una barrera. Recuerdo que había mucho humo y cenizas, aparte de pequeñas piedras volcánicas, lo bueno es que no me causaban problemas, ya que mi amiguito estaba detrás de mí, abrazándome por la cintura para que los efectos del desastre no nos hicieran daño. Desgraciadamente las cosas no salieron como esperábamos.

Yo estaba muy agotada, mover todo eso no era sencillo, jamás había levantado tanto peso en tan poco tiempo y mi compañero intentaba darme ánimo con palabras, pero era más fácil decirlo que hacerlo, además la lava ya se estaba acercando y tenía mucho por terminar.

De repente una enorme piedra volcánica salió disparada hacia nosotros. Cuando la vi utilicé mis poderes psíquicos para arrojarnos a diferentes direcciones y que pudiéramos sobrevivir de ese poderoso impacto, cosa que conseguimos. Luego muchas piedras empezaron a llover y tapizaron la zona. Para mi mala suerte, una muy grande estuvo por matarme. Intenté usar mis habilidades contra ella, pero fue inútil. Por un momento sentí qué todo había acabado, hasta que escuché el grito.

—¡NO! —Aulló aquel chico, y con este sonido, un rayo de luz salió de su boca, el cual destruyó la roca que iba a golpearme.

Aquel poderoso ataque era la clave. Entonces mi amigo dio un gran salto al darse cuenta del potencial de esa habilidad nueva y disparó el rayo a la tierra de un lado a otro creando una gran línea profunda que capturaría la lava del volcán por unos momentos más, mientras yo terminaba mi trabajo.

Al final salvamos el día, todo salió bien.

Ahora no sólo éramos héroes, sino que también descubrimos lo poderosos que éramos. Por fortuna nadie vio el suceso, todos creyeron que fue suerte, y así fue cómo todo quedó en el pasado siendo un día inolvidable para los dos.

Desgraciadamente sólo protegimos nuestros hogares. Todo lo demás fue devastado por la lava, e incluso, lo «salvado» fue alcanzado por rocas volcánicas. Desde entonces hubo una promesa entre él y yo.

—No me interesa qué es lo que tenga qué hacer, no importa qué necesite sacrificar, jamás volveré a ceder o dudar un sólo momento hasta que mi objetivo sea cumplido, siempre y cuando sea por el bien de aquellos a los que amo —me prometí eso a mí misma, y mi compañero me juró que estaría conmigo para recordarme esta promesa, siempre a mi lado.

Poseo grandes habilidades psíquicas. Por eso puedo controlar el fuego púrpura, y han estado dormidas dentro de mi todo este tiempo. Es ahora cuando volverán para poder recuperar más de mi esencia, por el bien de aquellos a los que amo.

Cierro mis ojos y me tranquilizo. Visualizo una roca en mi mente e imagino que se mueve. Cuando separo mis parpados y veo hacia aquella, ésta inmediatamente se empieza a mover. Más delante uso mis manos para coordinar mis habilidades y hacer que ésta flote, mientras hago que todo mi cuerpo trabaje en movimientos acordes con mi poder psíquico, los cuales se conjugan en el traslado del objeto que tengo sujeto. Una vez que dejo la roca en el suelo, continuo una y otra vez, hasta terminar de despejar el camino.

Un pequeño recuerdo viene a mí acerca de un suceso inesperado en una época que siento lejana, en donde Annastasia me confirmó que una entidad que veía tras el espejo estaba relacionada con uno de nuestros aliados. En ese entonces me pareció absurdo, pero ahora siento que es muy lógico.

Al fin puedo ver la salida del volcán. Es la luz del atardecer lo que me ciega justo cuando llego aquí. Estoy saliendo por una cueva que está un poco más arriba de la fosa del cráter. Debajo del lugar sólo hay lava ardiendo. Hay una pequeña senda para subir a la copa del monte Fawz, y al recorrerla, encuentro una llama azul. Por ello corro para ver si él está ahí y efectivamente no me equivoqué.

Parado en la orilla de la chimenea del volcán se encuentra el piromante azul encapuchado viendo hacia el horizonte.

Lee la siguiente parte >