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El reino del fuego

Decimosegundo Recuerdo: Piromanía

329 9 min.

Ken, uno de los más poderosos miembros de nuestra organización ha sido derrocado por aquel piromante azul. La rabia me invade, estoy a punto de estallar. Ken era, no sólo un importante elemento de nuestra elite, sino también mi amigo, un gran apoyo e inspiración para todos. Ahora también es sólo un recuerdo.

Conocí a Ken una mañana de mayo. Yo estaba sentada en la entrada de la escuela secundaria a la que asistía, antes del incidente del volcán. El chico que me acompañó en ese evento entró con su amigo para verme.

—¡Hola! Mira… te presento a un amigo. Él es Ken, es alguien a quien aprecio mucho. —Cuando escuché eso, no pude evitar preguntar la razón del gran aprecio.

—¿Por qué tanto cariño? Me habías dicho que tus amistades las hiciste recientemente, ¿no? Dudo que puedas tenerle gran aprecio a una persona que acabas de conocer. ¡Qué tonto! —Después de decir esto con una actitud altanera, el chico nuevo me miró fríamente.

—Aunque ha sido poco tiempo, le he tomado un gran cariño a este baboso. Es un gran amigo, y sé que no importa cuánto tiempo pase, siempre será así. Igual jamás dejaría atrás a alguien como él —respondió Ken seriamente. Su voz era muy grave para su edad, además de su notable madurez. Se veía que estaba algo ofendido, cosa a lo que no le di importancia.

—Calma, vaquero. Te entiendo. Bueno, este hombrecito dice que puedes producir fuego sin necesidad de algún combustible o chispa. ¿Es verdad? —Al decir esto, crucé mis brazos y levanté un poco la cabeza, mas no mi mirada. Le hice saber con presunción que deseaba ver el «milagro».

—Algo así. Verás, mi cuerpo despide una especie de poder mágico que sirve como chispa para generar eso. Yo puedo producir el combustible, hecho de mis emociones que se transforman en fuego de un color rojo puro —respondió Ken igual de serio, así que intenté ser aún más fastidiosa.

—Para crear fuego se necesitan tres elementos: oxigeno, combustible y una chispa. El oxígeno está en todo el planeta, ese no es problema; la chispa podría ser ese poder mágico que mencionas; pero el combustible son tus emociones, ¿dijiste? —Él me miró con un poco de desprecio cuando terminé. Entonces levantó su mano cerca de mi rostro, luego colocó su palma boca arriba y dobló un poco sus dedos.

—Así es, soy capaz de quemar mis emociones, eso es lo que hago —al terminar de explicar esto, de la nada una llama roja se creó por encima de su mano, muy similar a mi piromancia púrpura, que en ese entonces no sabía que poseía.

—Increíble, realmente eres como un «piromante» —mencioné sorprendida. Ken por fin sonrió y apagó el fuego en su mano con un pequeño movimiento al cerrar su puño.

—Eso no es todo, mujer. Escuché que hay un museo que contiene las cuatro espadas de los fuegos sagrados. Están en una exposición única. Tres de ellas están enterradas en una piedra, y dicen que, si las tocas y no eres «digno», éstas te asesinaran rodeándote en fuego mágico —dijo el chico que trajo a Ken, mi pequeño amigo. Él estaba muy entusiasmado por ir allá, luego rio como estúpido y no dejaba de verme, parecía que mi expresión de confusión le parecía graciosa.

—Dices que hay tres. ¿Dónde está la cuarta? —pregunté a mi amigo. Él sonrió mientras soltaba una risa baja y burlona.

—Falta la que necesitamos. Alguien la robó y queremos encontrar al ladrón; pero primero tenemos que ver dicha exposición —me explicó Ken algo enfadado. Era obvio que la espada que faltaba era la del fuego rojo.

Aquella tarde nos pusimos de acuerdo para ir a aquel museo, mas no recuerdo qué pasó exactamente después.

El clon está parado frente a mí sin moverse. Tiene los brazos cruzados a la altura de su pecho, con una mirada seria en su rostro y llena de enojo. Yo, en cambio, estoy bastante triste y repleta de rabia por saber que Ken ha muerto. Pronto fui sorprendida por la copia.

—Debes atacar, es ahora cuando resumiremos nuestro encuentro. ¡Ven, hagámoslo! —habla el clon de Ken, toma posición y acomoda sus puños enfrente de sí al colocarse de lado.

—Bien, tengamos la batalla del siglo: ¡El fuego rojo contra el púrpura! —respondo al mismo tiempo que tomo mi espada para empuñarla, misma que al colocarla en dirección de mi enemigo vibra.

Entonces el conflicto entre nosotros da inicio. Esta vez estoy muy emocionada de combatir.

El encuentro comienza con una serie de llamas que mi enemigo expulsa de sus puños al momento de golpear al aire. Estos proyectiles vienen hacia mí rápidamente. Los esquivo y destruyo algunos con el látigo láser.

El clon salta y sus alas rojo carmesí brotan de su espalda. Él se coloca en posición fetal, hasta que una gran cantidad de fuego lo rodea, misma que se convierte en un gran fénix de llamas rojas. Cuando el clon extiende su cuerpo, el ave de fuego empieza a volar hacia mí, lista para arrollarme. Inmediatamente me transformo en zorro y evito el ataque con mi agilidad.

El enemigo desaparece sus alas y se deja caer, listo para dar un golpe al suelo. Al llegar a la superficie del volcán, la golpea con todas sus fuerzas, y de las fisuras que hay en el piso brotan poderosas llamas rojas. Salto para no quedar achicharrada y vuelvo a mi forma humana; sin embargo, Ken también brinca para lanzarme una poderosa llamarada roja, la cual contrarresto con una propia. Ambos ataques de diferentes fuegos sagrados chocan y crean un increíble estruendo.

La explosión nos envía a volar a los dos contra la pared en direcciones opuestas. Yo me incorporo y uso mi espada para atacar al saltar hacia él. Mi oponente hace lo mismo, pero con sus puños.

Cuando nos encontramos en el aire por encima del mar de llamas rojas, trato de cortarlo a la mitad. Ken toma mi espada en el aire juntando ambas palmas, lo que consigue detenerla. Me concentro pronto y hago que mi arma libere grandes cantidades de llamas púrpura, después la agito y lanzo al clon lejos cubriéndolo de fuego.

Ken usa su propia piromancia para alejar las llamas que lo estaban amenazando de carbonizar, pues su resistencia hacia el fuego parecía ir cediendo rápidamente.

La batalla se intensifica. Nuestras técnicas de combate hacen de nuestro enfrentamiento una danza de llamas rojas y púrpuras. Cada uno de nosotros agita nuestros cuerpos rodeados de estos fuegos sagrados, intentamos quemar con el enorme poder de nuestra piromancia al otro. Yo uso mi espada y arco para luchar contra las técnicas de artes marciales que Ken había aprendido tras años de entrenamiento, cuya piromancia se sincroniza perfectamente con ellas.

Pero, al paso del tiempo, él decide volar un poco y guarda distancia de mí. Al estar lejos el clon de Ken desenvaina a una de las hermanas de mi espada. Ésta fue creada por el mismo herrero mítico de la leyenda escrita sobre la roca donde descansaban, hechas para combatir entre ellas.

Ken revela la espada del fuego rojo sagrado: un arma con una empuñadura roja que se extiende a los lados con pinchos parecidos a fuego vivo, poseedora de una gruesa, afilada y pesada hoja. Ésta es muy parecida a una espada bastarda.

El clon empuña el instrumento mortal hacia el techo majestuosamente. El arma brilla en un hermoso color carmesí y produce miles de disparos uniformes de pequeñas llamas rojas, las cuales son lanzadas a cada rincón de la habitación. Esquivo cada una de estas balas con mucha dificultad incluso al volverme zorro, a la par que también brotan varias bolas de fuego que se disparan hacia mí, cosa que hace más difícil la labor evasiva.

Uso todo mi poder sobre el fuego púrpura para contrarrestar estos ataques, mas, cuando creo estar a salvo, la espada crea tres poderosas aves fénix que se lanzan hacia mí. Me regreso a mi forma humana y concentro mi piromancia para lanzarles una bola de fuego en favor de al menos dispersarlas. La llamarada golpea a una y la destruye, aunque eso no detiene al otro par. Rápido tomó el látigo de Herald y con paciencia apunto cuando uno de los fénix restantes está cerca, lo que consigue destruirlo con un solo latigazo. El último sobrevuela al yo eliminar a su compañero y trata de arroyarme por detrás. Yo reacciono y lo corto con mi espada, por desgracia me quema un poco, pues se acercó mucho a mí.

Sin poder evitarlo caigo al suelo torpemente algo mareada, la sofocación de tanto fuego comienza a lastimarme. Luego me reincorporo y voy hacia el clon mientras le lanzo una llamarada cuando su magia se agota por crear tantos ataques de piromancia roja. La agresión da en el blanco, pero no daña al clon lo suficiente para acabarlo. Aquel vuela hacia mí con su espada en mano, yo consigo detenerlo interponiendo la mía a la par que él continúa volando frente a mí.

El choque de ambas armas resuena por toda la habitación, no, por todo el volcán. Aunque mi sable es muy delgado, puede resistir el embate de Ken. Éste blande su arma y yo me dedico sólo a cubrir todos sus ataques, mismos que son acompañados de poderosas llamas que logran sofocarme.

Conforme sigue abalanzándose sobre mí, el clon consigue hacer que me vaya orillando a la pared. Una vez que estoy entre ésta y su espada Ken se ha decidido en exterminarme de un último ataque. Cuando levanta su gran espada, las quemaduras que le provoqué antes lo detienen por un momento gracias al dolor que éstas le ocasionan. Aquello me da una ventana suficientemente larga para arrojar una llamarada al suelo en el espacio entre nosotros, lo que crea una distracción y hace que el ataque del clon falle.

Una vez hecho esto, lanzo mi látigo contra él, sostengo su pierna para jalarlo e introduzco una flecha en su corazón con mis manos al soltar mi espada. Aun así, mi enemigo consigue rozarme al costado de mi dorso con su arma, cerca de mis costillas. Al sentir esto, provoco que la flecha estalle, cosa que destroza el pecho de Ken y dando por terminado el combate.

El clon sonríe y me dice sus últimas palabras.

—Has hecho un buen trabajo. Siempre serás la mejor. —Las llamas azules consumen al farsante, y de ellas brota un arete de oro.

Lo sostengo y me parece bastante familiar. Recuerdo entonces que siento un peso fantasma en mis orejas. Al ponerme el accesorio identifico que esa sensación se debía a ese arete. Este pequeño adorno trae a mí los últimos recuerdos de Ken. Su voz suena dentro de mi cabeza y esta vez es como si mi amigo fuera quien me quisiera contar lo que pasó, no sólo mostrármelo. Sus recuerdos son más claros que los anteriores.

Decidí venir al monte Fawz, aquel enorme volcán que nació en mis tiempos de manera espontánea, cosa que causó gran caos a los alrededores. En ese entonces dos grandes héroes detuvieron la furia de la madre naturaleza, al mismo tiempo que otro calmaba la fuente de este suceso: un total desconocido para los salvadores que todos recordamos.

Al llegar al corazón del monte Fawz, no encontré nada más que una gran cueva, rasgada de las orillas por enormes garras. No cabe duda que aquel miembro de la familia D’Arc hizo su trabajo divino en este sitio, debe haber algo cerca que me ayude a ser más poderoso, para estar listo cuando él llegue.

Desgraciadamente aquel indeseable apareció antes de tiempo.

—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos. Sabía que algún día regresarías a vengarte, maldito —le dije piromante azul que hizo su aparición, él que causó muchas desgracias en nuestro mundo.

Sentí su presencia hace unos días, y sé que desea venganza. Por ello he venido a buscarle.

—Vaya, Ken, me sorprende que me digas eso. Creí que me odiabas desde el momento que aparecí por primera vez ante ustedes. Tú siempre supiste que mis intenciones no eran buenas y que sólo deseaba cumplir mis deseos. Sobre todo, quería poseer esa espada que es capaz de sincronizarse con el bello fuego azul —la voz del piromante sonaba muy serena, ya sabía perfectamente de quién se trataba sin siquiera verle. Él hablaba de la espada sagrada del fuego azul. Recuerdo cuando la vi por primera vez en aquel museo. Tan sólo estar cerca de ella me causaba escalofríos.

—Tal vez no podrás ver de nuevo aquella arma, pero su hermana está aquí conmigo, y créeme, está molesta porque la separaste de su familia. —Empuñé mi espada sagrada en dirección al desgraciado, sentí como vibraba al tener cerca al hombre.

—Así que ya sabes la verdad, que obligué a tu espada a salir de la roca gracias a mi poder y a las manos de ese tonto sujeto, quién la pudo forzar sin muchos problemas. Aunque él debió intentar tomar la azul como los demás, decidí perdonarle la vida por su valor. Es una lástima que las cosas no salieron como fueron planeadas. —Cuando el piromante confesó esto, me enojó saber que había hecho algo tan descorazonado y lo contaba con toda la desfachatez de mundo.

—¿Cuántos, monstruo? ¡¿Cuántas victimas sacrificaste para obtener esa espada?! —Pregunté furioso. Mi enemigo ni se inmutó, al mismo tiempo que yo me daba la vuelta para verlo cara a cara. Me di cuenta que estaba cubierto por una enorme capucha y una larga túnica negra—. Eres un cobarde, siempre lo has sido. Eso jamás cambiara en ti —al decirle esto las llamas que estaban arriba de sus hombros crecieron y se alborotaron, podía escuchar los lamentos de todos aquellos que intentaron tomar aquella espada, mismos que provenían de este fuego maldito que posee el piromante. Cientos, tal vez miles de voces resonaron en la cueva.

—Suficientes, Ken. Yo creía que necesitaba esa espada, pero ahora sé que no es así. No como tú, que al final la obtuviste. Fue cruel tu decisión, todo para obtener a tu fiel compañera —respondió el piromante encapuchado a la par que me restregaba en la cara con sus frías palabras una difícil elección que tomé. Ahora sí me había hecho enojar, su sola presencia me enferma.

—¡Eso fue diferente! ¡Eres un maldito, por eso no posees la espada! —Lo dicho salía de mi boca con furia, después de eso, expulsé mis alas para volar hacia él a máxima velocidad, mientras mi espada creaba fuego a su alrededor. Diez llamaradas fueron proyectadas hacia mi enemigo, todas dieron en el blanco hasta formar una enorme explosión. Entré en las llamas y, al ver al piromante, encajé mi arma en su cuerpo, cuyo poder consiguió rápidamente incinerarlo con mi fuego sagrado.

—Vamos, Ken. ¿Eso es todo lo que tienes? —Dijo el hombre encapuchado aún tranquilo. Aunque el fuego salía de cada uno de los orificios de su cuerpo, él seguía sereno, como si nada.

Saqué mi espada de su cuerpo y me alejé sin dejar de verlo. De aquel piromante sólo quedó flotando un cuerpo totalmente achicharrado, con dos llamas azules que crecían por encima de sus deformados hombros; sus ojos estaban hechos carbón y no tenía un sólo cabello ya. Gracias a su piromancia, él seguía con vida.

—Esta vez voy en serio, desgraciado. Espero estés listo —después de mi amenaza, las llamas azules que estaban cerca se adhirieron a mi enemigo para regenerarlo rápidamente, a la par que una nueva capucha negra fue formada desde la oscuridad, antes de revelarse su rostro y apariencia—. ¡Muestra tu cara cobarde! ¡Yo sé quién eres! —Al decir esto él agachó un poco la cabeza, mas no la mirada, luego me apuntó con su mano vacía.

—No es necesario. Si lo sabes, es más que suficiente. —De su extremidad lanzó una llamarada azul, yo arrojé una propia y ambas chocaron aparatosamente. El estruendo empezó a crear fisuras en el suelo y las paredes de roca dentro del volcán—. ¡Vamos a luchar, Ken! ¡Como nunca! En este día, el fuego azul y rojo tendrán un combate digno de ser mencionado en canciones, dicho en verdaderos cuentos a lo largo del tiempo —el piromante azul ya iba a ir en serio, cosa que me causaba temor; no obstante, era momento de usar todas mis fuerzas y salir victorioso, o morir con honor intentándolo. El fuego azul no puede curarlo para siempre.

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