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El reino del fuego

Decimoprimer Recuerdo: Chispa

317 10 min.

Todo esté lugar se encuentra repleto de lava y sendas de roca calientes, mientras que el cielo es pintado de un matiz anaranjado y rojizo tornasol por los volcanes que se distinguen a la distancia. Empiezo a sentir una desagradable sensación de sudoración gracias a las altas temperaturas, sin hablar del horrible olor a azufre que despide la zona.

Las botas de Herald no sólo me protegen del calor del suelo, sino que también me permiten saltar mucho más alto. Con esta agilidad logro atravesar abismos de lava sin ninguna dificultad.

El área está repleta de criaturas hechas de piedra y magma pura, como perros o pescados, mismos que intentan hacerme frente al mismo tiempo que yo los extermino con una facilidad increíble, a pesar de tratarse de enemigos bastante agiles.

Todo esto me ha despertado algunos recuerdos sobre algo que pasó hace mucho tiempo, incluso antes de conocer a muchos de los miembros de la elite.

Tenía unos catorce años. Me encontraba sentada con un uniforme escolar y mi cabello era castaño rojizo, no pelirrojo. Además, mi piel se notaba todavía más pálida de como lo es ahora. Ese día estaba en una banca cerca de un jardín, debajo de un árbol grande, esperaba a alguien, pero al parecer esa persona iba retrasada. Yo ya estaba desesperada, pues recuerdo que taloneaba con una de mis piernas repetitivamente en señal de molestia.

—Perdón por tardar, tuve cosas qué hacer —escuché decir cuando al fin llegó. Se trataba de un chico de cabello castaño oscuro, ojos cafés, tez clara, de complexión delgada y estatura alta—. Te traje una torta de jamón para que no te enojes —este chico me entregó comida para disculparse, cuando se la recibí él se sentó a mi lado y sacó su propia porción para comer.

—¿Sabes? No estoy molesta contigo, ni un poco —le dije mientras le daba una mordida a mi alimento con una expresión de enojo inigualable.

—Gracias, realmente estuve algo ocupado hoy ¿De qué querías hablar? —Este muchacho me vio a los ojos y su expresión era de incognito, realmente no estaba poniendo atención a mi lenguaje corporal.

—Pues verás, ya he desarrollado más mi poder —se lo dije en voz muy baja, él levantó las cejas de la sorpresa y sonrió.

—Me alegra escuchar eso. En cambio, yo… no he mejorado, sin embargo, las voces aumentan su frecuencia —al decirme esto, el chico tembló un poco. Yo puse mi mano sobre su brazo y lo acaricié un poco.

—Calma, no pasara nada. Estoy aquí para apoyarte. Jamás dejaré que algo malo te suceda —mis palabras fueron sinceras, tanto como la sonrisa que me regresó aquel en agradecimiento.

—Lo sé, pero tengo un poco de miedo, por ambos —al decir esto, él me sujetó la mano y la apretó un poco, lo miré a los ojos y me sonrió. El momento era especial, pues ambos expresábamos nuestra preocupación por el otro, mas ese instante fue interrumpido por un terremoto, ambos nos pusimos de pie y soltamos nuestra comida.

—¿Qué demonios? ¡Es imposible que aquí haya un temblor así! —Gritó él mientras intentaba balancearse para no caer, a la par que me sostenía. Poco después de que el terremoto terminó, ambos dimos unos pasos hacia adelante para avistar nuestro alrededor. Algo increíble sucedió.

—¡Mira, el cerro! —Le dije al mismo tiempo que apuntaba a una montaña que se encontraba muy cerca de allí. Aquella explotó en llamas, lava y ceniza. Todo el mundo entró en pánico, pero nosotros seguíamos parados sin quitar la vista de aquel coloso, veíamos aquella catástrofe anonadados. De repente sentí su mano deslizarse en la mía, entrelazábamos nuestros dedos y las cerramos, nos sostuvimos muy fuerte.

—Estamos en esto, ¿no? —Me preguntó sin mirarme.

—Sí, siempre lo estaremos —después de eso, mis recuerdos se vuelven borrosos, ya no tengo idea de qué pasó después.

En el camino me encontré con una vereda de piedra lisa, misma que conduce a un sendero con grandes columnas a los costados, en donde se halla más adelante un gran edificio oculto entre los volcanes, cuya entrada es resguardada por un dragón colosal de color azul oscuro, parado sobre sus cuatro patas. Éste lleva puesta una armadura plateada, que me hace pensar que es un guardia.

Me acerco al enorme ser cautelosamente, a la par que educadamente le saludo y pido su ayuda

—¡Buenos días! No sé dónde me encuentro, pero me gustaría que me diera un «tip» si no es mucha molestia. —El dragón me vio con sus imponentes ojos azules y me mostró sus enormes dientes afilados, acompañados de su rostro lleno de furia.

—¿Una mujer humana? ¡Qué raro! Estás en lo que la gente llama «La Zona Volcánica» a los pies del Monte Fawz, el volcán más grande de este mundo. Aquel que tiene la chimenea más alta, no tiene mucho pierde. A parte, enfrente de ti se encuentra el Templo del Volcán, que es propiedad de la Noble y Pura Familia de Pridh; nadie puede acceder aquí excepto los dragones y aquellos que hayan conseguido el favoritismo del Gran Amo Pridhreghdi o el consentimiento del Hexagrama del Dragón. Así que te pediré que no intentes entrar, porque se nota que no posees ninguna de las dos condiciones que acabo de mencionar —responde el guardia con un tono algo testarudo.

—Gracias, pero ¿quiénes son la familia de Pridh? —Cuando termino de hacer mi pregunta, el dragón suelta una enorme carcajada.

—¡Increíble! No hablas en serio, ¿verdad? La familia de Pridh es la que corresponde a todos los dragones. Cada uno de nosotros lleva en su nombre el del Gran Amo Pridhreghdi, el cual honramos siempre, pues él es el génesis de nuestra raza —el guardia dragón se oía muy emocionado de mencionar aquello. Además, se nota que le tiene un gran respeto, cariño y admiración a ese tal Pridhreghdi.

—Y ¿dónde está el «gran amo Pridhreghdi»? —Cuando lo menciono de esa manera, el dragón se acerca a mi algo molesto, hasta que su rostro queda a muy poca distancia del mío, mismo que, honestamente, me puso muy nerviosa.

—Escucha, mujer. Nadie sabe dónde se encuentra, así que no puedo responderte eso; pero lo que sí puedo decirte es que te recomiendo que no te atrevas a mencionarlo a la ligera, puedes lamentarlo —me advierte el escamado con una voz llena de ira, aparentemente conteniendo su rabia.

—Está bien, disculpa… Soy nueva en esto —al acláralo, él se aleja y pone cara de sorpresa e intriga.

—¿Nueva? ¿Naciste ayer o qué? —Pregunta el ser azul con una mueca incrédula. Su sarcasmo me es algo molesto.

—No, exactamente. Desperté hace poco en una plataforma de roca, cerca de la sala flotante de los vientos y al lado de una gran torre extraña, sin recuerdo alguno —cuando dije todo eso, el dragón pone una cara de perplejo torciendo su cabeza. Después de unos segundos, vuelve a la seriedad de un principio y ve hacia arriba pensativo.

—Una torre extraña… ¿Qué buscas aquí, mujer? —El guardia me pregunta sorprendido al acecharme con su enorme cabeza.

—Busco a un piromante azul. Está en mis recuerdos y creo que es el causante de todos mis problemas. —Cuando digo esto, él suspira y luego me ve con el ceño un poco apretado.

—Hace un momento sentí cómo un piromante azul se dirigía a las cavernas que se encuentran dentro del monte Fawz. Ahí dentro podrías encontrarle, seguramente —señala aquel dragón, lo que me alegra. Una parte de mi quiere seguir platicando, pero mi prioridad obviamente es alcanzar a ese sujeto.

—Muchas gracias, debo irme —al decir esto, empiezo a partir, pero el dragón me detiene.

—Espera, mujer. Puedes cruzar por encima del templo del volcán, se te permite ir por arriba, no entrar. Si lo haces, llegaras más rápido al monte Fawz. Además, quisiera saber si tú eres también una piromante… Una púrpura, si no me equivoco —declara aquel, lo que me sorprende mucho.

—Gracias por la información, pero ¿cómo sabes qué soy una piromante púrpura? —Dije ya con más confianza. El dragón me sonríe de una manera macabra y me ve a los ojos.

—Los dragones somos criaturas muy perceptivas. Estamos repletos de muchísimas habilidades que escapan a la imaginación de los mortales. Puedo ver cómo la llama púrpura de la mente crece por delante de tu frente —cuando él dice esto, no pude evitar tocarme la faz, perpleja de sus palabras. Yo estoy segura de que no hay nada ahí, pero, al parecer, este dragón puede ver algo sin problema alguno—. Te debo informar que dentro del monte Fawz también se encuentra un piromante rojo, uno muy poderoso —en ese momento recordé algo muy importante, algo que por distraída había dejado pasar—. Mujer, debes tener cuidado, los piromantes azules son seres humanos despiadados con un poder descomunal. Ellos entregan su cordura por poder, y lo único que buscan es satisfacer sus repugnantes deseos. Si yo fuera tú, me alejaría. No vale la pena pelear contra ellos, no ganarás nada más que una muerte segura —continúa diciendo el guardia, preocupado de cierta forma.

—Él mató ya a tres de mis amigos. Si no lo detengo, las cosas podrían empeorar. Es mi deber desenmascararlo y acabar con él —dije esto con una voz llena de tristeza y una enorme determinación, el dragón me ve a ojos y observa lo decidida que estoy. No tiene de otra más que suspirar para luego darme su aprobación y bendición.

—Está bien. Ve, mujer, y cumple con tu destino. «¡Qué el Gran Amo Pridhreghdi ilumine tu camino y te acompañe en la oscuridad del mal que te asecha!» —Al terminar esta oración, agradezco y me dirijo hacia el Monte Fawz. En ese momento recuerdo a un piromante rojo, uno que yo conozco y quiero demasiado.

Ken es uno de los miembros más poderosos de la elite, posee grandes habilidades de combate y es capaz de desplegar hermosas alas de color rojo carmesí hechas de pedazos de luz y fuego. Estas extremidades que nacen de su espalda dan la impresión de ser llamas cristalizadas. Así es, Ken es un piromante rojo, el más poderoso del mundo, poseedor de la espada del fuego rojo sagrado, la hermana de mi propia arma.

Sólo él ha podido reducir a cenizas ejércitos enteros, ha luchado contra los más feroces demonios y disciplinados ángeles. Siempre ha vencido, ya que el fuego de su espada alza la luz del camino hacia la victoria, y es un faro para aquellos que pierden las esperanzas en la guerra. El fuego rojo es creado a partir de las emociones de las personas, como lo son la ira, la pasión y el amor.

Las llamas rojas sagradas son de un color más brillante y uniforme, a diferencia del que sólo necesita oxígeno, combustible y una chispa para ser creado: el fuego común.

La combustión creada por las emociones es muy inestable, y Ken siempre lo supo; sin embargo, entrenó su manipulación del fuego durante muchos años para conseguir controlar sus más poderosas emociones y así convertirlas en fuego rojo sagrado.

Una vez pusimos a prueba nuestras habilidades, el púrpura contra el rojo. Fue una batalla bastante reñida, ambas llamas chocaban lanzando pequeñas lenguas por todos lados, el fuego colisionaba y se contrarrestaba, los ataques directos eran inútiles. Gané a duras penas, algo de lo que me enorgullezco. Al final, le ofrecí mi mano a mi oponente, ayudándolo a ponerse de pie.

—Te prometo que la próxima vez no será tan fácil obtener la victoria —me dijo Ken con una voz fatigada. Yo veía sus ropas destrozadas y que tenía varias quemaduras en la piel.

—Pero ¿qué dices? He tenido muchos problemas venciéndote hoy. No me digas que me estabas poniendo a prueba tú también —le reclamé con una enorme sonrisa, al igual que mi atuendo se hallaba destrozado. También poseía grandes quemaduras en mi cuerpo.

—Creo que me atrapaste… ¡Ja, ja, ja! Vamos a que Annastasia nos cure, estas heridas sí que arden —nos apuramos en ir a con nuestra amiga para que nos ayudase, apoyándonos el uno al otro.

Desde entonces, dicha oportunidad de volver a combatir no llegó, hasta donde recuerdo.

Llego a la entrada del enorme volcán: una amplia cueva con una tenue luz que se va haciendo más brillante al adentrarme. Ésta es producida por un mar de lava al fondo de un abismo, brotándole de él numerosos pilares de roca, mismos que conducen al otro extremo, hasta una cuevecilla.

Al adentrarme usando los pilares, encuentro una llama dorada que flota en una plataforma de piedra, sostenida por una gruesa columna. Me acerco y siento algo familiar en el color del fuego, mismo que se introduce en mi pecho, lo que me causa un terrible ardor dentro, como si me quemará desde el interior hacia afuera.

Aquella acción despierta en mí una serie de sensaciones indescriptibles, además del dolor, lo que provoca que una extraña luz anaranjada me rodee, como si mi cuerpo la produjera. Entonces me pierdo en mi propia memoria, me desmayo sobre la plataforma donde estoy y recuerdo algo entre sueños.

Me encontraba cerca de una fogata. Era luna llena y todo me daba vueltas. Había mujeres danzando cerca de mí. Ellas eran de todo tipo de razas, muy hermosas. Otras cinco estaban sentadas, fumando cerca del fuego tranquilamente.

Una de esas cinco mujeres era negra y delgada, su vestuario era típico de África y tenía grandes ojos. A su derecha estaba una sacerdotisa de piel morena, con ropas tradicionales de Mesoamérica, era un chamán. La siguiente estaba a su izquierda, tenía rasgos asiáticos; poseía mucha joyería y ropas de oriente, se veía que era una mujer adinerada. A mi lado derecho estaba una anciana que parecía ser parte de alguna tribu nativa americana del norte, con ropas de cuero y pieles de animales, además de llevar huesos y colmillos como adornos. La última, y no menos importante, estaba de mi lado izquierdo, era una mujer blanca vestida de negro muy elegante con un peinado bien elaborado.

De repente, las cinco mujeres se pararon enfrente de la fogata y levantaron sus manos.

—¡OH GRAN DIOSA DEL SOL, AQUELLA QUE PINTA LA LUNA CON SANGRE! ¡BENDICE CON LUZ A ESTA MUJER! ¡BAÑALA CON TU SALIVA DORADA, LAVALA CON TU LENGUA DE FUEGO NARANJA Y MOLDEALA CON TUS GARRAS QUE CORTAN LA NOCHE! ¡QUE ELLA GANE LA BENDICIÓN DE LA TRANSFORMACIÓN, CONVIERTELA EN UNA NAHUAL COMO SUS ANCESTROS! —Después de este rezo, ellas se transformaron cada una en un animal diferente, la mujer de mi derecha se convirtió en un halcón, la de mi izquierda en un cuervo, la de piel negra en una serpiente, la asiática en una lagartija y la chamana en una pantera.

La luna se turnó roja carmesí y el fuego de la fogata se abrió mientras se volvía naranja y me daba paso a entrar al centro de éste. Me levanté lentamente y, cómo pude, caminé hacia el fuego. Cuando entré en la fogata las llamas empezaron a rodearme rápidamente de pies a cabeza, giraban a mi alrededor y transformaban mi cuerpo. Podía escuchar los aullidos y gritos de las mujeres que danzaban alrededor de nosotras, las Nahuales, cada segundo mi cuerpo mutaba más y más, mientras que el fuego a mi alrededor se volvía púrpura, hasta que por fin desperté en mi nueva forma: un zorro con pelaje color lila.

Cuando reacciono, me doy cuenta que alguna vez formé parte de una asociación de mujeres brujas que usaban la magia para protegerse del mal llamado: «El hombre y sus ambiciones».

Me pongo de pie y continúo mi búsqueda dentro del monte Fawz, sólo para encontrarme con una pequeña cuevecilla imposible de cruzar. Entonces concentro mi energía, y con algo de facilidad, logro transforme en zorro con el poder de mi piromancia. Gracias a esto entro por aquellos pequeños túneles sin problemas y avanzo hacia el corazón del coloso.

En esta forma mi sentido del olfato, velocidad y oído aumentan de forma espectacular, de alguna manera extraña esta magia también transmuta mi ropa y pertenencias, por lo cual, al volverme humano, no me levantaré desnuda, sino justo igual que antes de volverme animal. Es algo realmente increíble, pues recuerdo que, a mis compañeras en aquel aquelarre, les molestaba mucho perder la ropa al transformarse. Creo que esto tiene que ver con mi piromancia.

Recorro largos y pequeños túneles alrededor, todo para después de un rato salir a un lugar más amplio, lleno de cascadas de lava, al igual que gallinas y murciélagos hechos totalmente de magma, cosa que vuelve más difícil respirar y avanzar sin ser agredida. Esto me recuerda una conversación que tuve con Ken, una importante para mí.

Fue antes de ir al Valle Plateado, posiblemente muchísimo antes. Nos veríamos en un parque de alguna colonia deshabitada. Éste tenía juegos de acero oxidados para niños, basura y un extraño aire de miedo. El día era nublado y tenebroso, además había una enorme cantidad de niebla. Cuando llegué ahí, Ken ya estaba esperándome, sentado en un columpio. Tomé el que estaba a su lado y respiré hondo al sentarme.

—Han sido tiempos difíciles. Ahora que ha pasado tanto tiempo desde que todo esto empezó, me doy cuenta que, para este mundo, no somos nada, ni nadie. Es triste ¿no? —Cuando le mencioné esto, solamente sonrió y me miró con confianza.

—¿Nadie? ¡Por favor! Has influenciado tanto al mundo que lograste un gran cambio. De hecho, todo cambió gracias a nosotros. Esto es nuestra responsabilidad, por lo que hay que continuar —dijo Ken actuando muy calmado. Su rostro siempre estaba serio, solamente cuando hablaba desde el fondo de su corazón sonreía un poco.

—Tienes razón. Una vez que se ha iniciado algo, tenemos que terminarlo. No importa si nadie lo reconoce, haremos que nuestras acciones hablen por nosotros —respondí a mi amigo más animada, veía como el cielo se despejaba un poco y dejaba entrar una cálida luz que bañó los alrededores. Ese lugar lo recordaba diferente. Ahora se ve maltratado, azotado por la enorme marea indetenible del tiempo. Más eso no es lo importante ahora, pues palabras de Ken encendieron un fuerte deseo en mi corazón. La esperanza nació una vez más dentro de mí.

Ken siempre nos motivaba a encender ese fuego que llevamos dentro. Ahora estoy aquí, dentro del corazón del monte Fawz mientras veo a aquel hombre de mis recuerdos, parado enfrente de mí con su ropa negra y su flequillo rojo, pero sus ojos no son del color que recuerdo, sino azules. Ahora sólo sé que mi esperanza ha sido lastimada cruelmente.

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