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El reino del fuego

Decimonoveno Recuerdo: El reino del fuego

507 15 min.

Finalmente me adentro a la dichosa sala de los ancianos viendo en todos lados estandartes naranjas colgados en las paredes con un dibujo de dos esferas siendo atravesadas por una lanza. En medio del lugar encuentro a los ancianos, vestidos con chaquetas encapuchadas que les cubren el rostro. Quien parece ser el líder da un paso adelante y se descubre la cara. Se trata de un viejo de ojos cafés, pelo cano y tez clara arrugada, con algunas manchas de la edad en ella.

—Mujer, ¿a qué ha venido ante nosotros? Hemos presenciado su recorrido por la ciudad. Podemos ver en usted misericordia y gran sabiduría, algo que hace gran falta en la gente joven de Terra Nova; sin embargo, sé que usted sólo viene por información. Así que complázcanos con sus preguntas, será un honor responderlas —dice aquel hombre de manera amable y directa. Todos los demás ancianos están callados y me observan fijamente.

—Quiero saber sobre el piromante azul encapuchado. Él ha rondado por «Gaia II» —expreso al hacer signos de comillas con las manos al mencionar eso último—, cómo ustedes llaman a este mundo. También deseo que me hablen del incidente que pasó hace mil años: la leyenda de El reino del fuego. Donde se relata que se iluminó el cielo con un increíble poder que purificó el mundo del Infierno azul.

—Te contaremos primero sobre la leyenda —afirma el líder con sus ojos cerrados y una mueca algo chueca, después de consultarlo con los demás—. Como Kyle lo dijo, hace mil años el mundo se vio sumido por las llamas de color azul… —continuó hablando aquel anciano con su voz vieja y débil, pero sus palabras fueron fácilmente interpretadas como una fina tira de imágenes que me hizo ver con más claridad lo que pasó. La voz de aquel anciano cuenta:

«El fuego azul representa el espíritu: es helado como el hielo y tan poderoso como la misma marea y viento juntos. Aquellos que nacen con el don de controlar las llamas azules son tratados como demonios de por vida, gracias a la locura que adquieren al poseer dicha habilidad. A estas personas se les conoce como “piromantes azules”: seres de enorme poder capaces de acabar con todo lo que se les oponga. Antes, un humano nacía con esta maldición cada mil años, cosa que no ha vuelto a suceder por razones desconocidas desde el inicio de Gaia II.

Muchos hablan del beneficio que conlleva controlar el poder de las llamas azules; pero todos saben perfectamente que este mismo se vuelve en contra de su usuario, pues con el tiempo, al usar el fuego azul demasiado, pierdes el control de éste. Cada vez que un piromante azul es herido las llamas sagradas automáticamente cubrirán su cuerpo y espíritu regenerándolo una y otra vez hasta convertirlo en un demonio sin la posibilidad de morir. Un ser inmortal.

Desgraciadamente las llamas azules son incapaces de curar la mente. El dolor que los humanos sentimos y acumulamos con el paso del tiempo crece de manera imparable y crea un horrible abismo de locura y perdición que consumirá al piromante azul toda la eternidad.

Hace mil años atrás un piromante azul que sobrevivió al tercer juicio atacó al mundo sin motivo alguno, pues cómo ya lo sabrás, los humanos que controlan esta habilidad pierden un sentido de la empatía con el transcurso tiempo, al igual que su humanidad.

Los escolares de otras razas diferentes a la humana, que sabían sobre este ser, no fueron realmente sorprendidos por sus acciones, ellos esperaban algo así desde el momento que vieron al piromante por primera vez en el cielo, sabían que cometería un acto parecido.

En esos momentos, los fantasmas, los elfos, los magos, las brujas, los elementales y las bestias-gatos eran enemigos que buscaban tener el mayor espacio conquistado posible en Gaia II: el nombre que nuestro planeta adquirió después del tercer juicio.

Cuando el infierno azul apareció sobre una gran parte de nuestro mundo, se decidió hacer una alianza entre las razas antes mencionadas para derrotar a este hombre y extinguir el fuego azul que estaba destruyendo nuestro nuevo hogar. Por ello se hicieron a un lado todas las diferencias que los volvían enemigos y se formó una amistad que perduraría hasta ahora.

Los líderes de la nueva alianza pidieron ayuda a las demás especies de vida inteligente como son los demonios, cambia-formas, esfinges, minotauros, trasgos, troles y de más criaturas; pero ninguno respondió, pues tenían miedo al poder del fuego azul. Lo que no se esperaban fue que una raza a la que no llamaron ofrecería su ayuda: los humanos.

En ese entonces nuestra especie era totalmente despreciada por cada una de las demás, éramos los enemigos de todos y nos aborrecían de una manera indescriptible. Nosotros estábamos en una gran ruina y lentamente, con forme pasaban los años, era más grande la posibilidad de que nos extinguiéramos de una vez por todas; sin embargo, aún había esperanza entre nuestro pueblo, y aunque no tuviéramos ya líderes o jerarquías, existían grandes héroes que se levantaban entre la gente y respondían por la humanidad. Uno de ellos acudió ante el llamado de la alianza y fue rechazado de manera tajante por los líderes de las razas unidas, mas eso no hizo que él se rindiera.

Al quedar la alianza bien fundamentada aparecieron entre todos los grandes héroes de las diferentes razas: seis valientes guerreros que se ofrecieron para ir a luchar contra el humano maldito que estaba ocasionando este problema. Cada uno de estos fue identificado por su líder como el más fuerte y habilidoso de su pueblo.

Cuando los seis guerreros llegaron al corazón del Infierno azul, que ahora es lo que se le conoce como el bosque de las ánimas, se encontraron con el humano que había ofrecido su ayuda. Él, por su propia cuenta, fue a enfrentarse al ser encapuchado, aun sabiendo que no poseía la más mínima posibilidad de siquiera poder hacerle frente. Los guerreros, al escucharlo decir que iba a pelear contra aquel ser, lo vieron como su igual por su gran valentía y se colocaron a su lado.

Los siete guerreros estaban preparados para enfrentarse al piromante azul, y justo en el momento que iban a atacarlo, dos figuras en el cielo le hicieron frente al encapuchado. Uno de ellos era Xeneilky, miembro de la familia D’Arc, mientras que la otra figura era la legendaria líder de la Elite de fuego, cuyo nombre fue olvidado con los años.

El piromante azul, sin más preámbulo, atacó a la mujer con una letal llamarada azul que brotó de su mano. El ataque estuvo a punto de asesinar a la líder, pero fue entonces que Xeneilky se interpuso entre el ataque y la desconocida, acción que terminó por arrasar con los dos gracias al poderoso ataque efectuado.

Por suerte ellos pudieron sobrevivir, y ambos comenzaron a caer hacia el mar de fuego que yacía debajo de ellos. Xeneilky quedó inconsciente, las quemaduras lo tenían muy lastimado, y por lo visto, la líder también se encontraba en esa misma situación, aunque ella seguía despierta. La líder, al entender lo que la bestia de cabello verde había hecho, quedó conmovida, y por ello, usó todo su poder para invocar una fuerza de luz totalmente incomprensible, un poder que brilló y cegó a todos los presentes en un instante. Al lograr concentrar toda aquella fuerza en su cuerpo, ella vio una vez más al mundo y lanzó su poder contra él, eso lo purifico de las llamas azules que lo cubrían.

Mi tátara abuelo era el tátara nieto del humano que fue en nombre de nuestra raza a enfrentar al piromante azul. Este hombre vio lo que pasó con sus propios ojos, fue él quien creó la leyenda de “El reino del fuego”, pues jura haber escuchado esa frase del piromante azul: “Lo quemaré todo y de las cenizas construiré un nuevo reino, un Reino del fuego”.

La líder de esa organización desapareció y posiblemente murió. Se le buscó el cadáver por los miembros de la Elite de fuego, pero nunca fue encontrado. También se perdió rastro de Xeneilky, pero al poco tiempo volvió a vérsele sin recuerdo alguno de lo sucedido, como si alguien le hubiera borrado la memoria».

«No puedo creer lo que escuché de ese hombre. Él describió mis recuerdos bastante bien, casi como si él los hubiera vivido. ¿Será acaso que yo soy la líder de la Elite de fuego? Pero, yo recuerdo todo esto como si lo viera desde lejos, no desde los ojos de la mujer pelirroja que describen, que vi enfrente de mí. ¿Qué habrá pasado aquel día en realidad? Eso significa que no soy yo, ¿o sí?»

—Yo tengo recuerdos de ese día. Puedo ver el momento cuando Xeneilky y la mujer pelirroja son atacados por el piromante azul, el cual está cubierto con una túnica negra encapuchada, como él que yo he estado siguiendo. Por eso estoy segura que es el mismo de la leyenda.

—Hay rumores sobre un piromante azul que ha estado rondando por Techtra, mas no hay pruebas de que haya sido el de la leyenda, o que sea el causante de algún destrozo. Tal vez no es el mismo que tú has visto —explica el hombre un poco desanimado—. Ahora, sobre tus recuerdos. No tengo idea de cómo puedes tener memoria de aquel día, ya que fue hace un tiempo inmemorable para cualquier ser humano. Sólo es posible que hayas vivido tanto si perteneces a la maldita Elite de fuego. Eso significaría que debes tener el sello maldito en alguna parte del cuerpo, el cual te ha permitido sobrevivir más de mil años—explica el anciano con algo de desfachatez, para luego seguir sacando sus propias conjeturas—. La única persona que te puede guiar es alguien que haya vivido tanto como tú dices haberlo hecho: un miembro de esta organización —sigue el viejo, es obvio que tiene información sobre mis antiguos colegas, pero antes que dijera algo, decido hablar un poco sobre lo que recuerdo para ganarme bien su confianza.

—Yo conocí a estos miembros. Tengo memorias de cada uno de ellos, aunque son muy vagas. Desgraciadamente el piromante azul que vengo siguiendo ya ha matado a cinco de ellos sin contar a la líder —confieso con un poco de tristeza y coraje en mi voz, sin revelar que estoy segura de ser parte de la Elite de fuego.

—¿Cinco miembros? No puedo creer que hayan caído ya seis miembros de los quince de la Elite de fuego. Necesitas dar esta información a los restantes para que se reúnan y estén en alerta. Aquí en Terra Nova vive uno de ellos: su nombre es Alberto Montenegro —revela el anciano, quien habla un poco desorbitado y lleno de tensión. Otro de los miembros de la organización a la que pertenecí está aquí. Kyle mencionó haber visto llamas azules, eso debió darme una pista de ello. ¡Qué tonta soy! Estaba muy distraída por el hecho de que había encontrado una ciudad humana que no pensé en esa posibilidad. Ahora debo apresurarme o el mismo destino alcanzara a Albert—. Este miembro es de los únicos que procura a los de su misma especie. Nos ha ayudado mucho los últimos años. Es muy poderoso en todo el sentido de la palabra. Si deseas encontrarlo atraviesa la puerta que está detrás de nosotros hasta el edificio más grande de Terra Nova. Ahí arriba el suele pasar la mayoría del tiempo observando la ciudad como un centinela —sigue diciendo el anciano apurado en contarme sobre el paradero de Albert. Yo agradezco e intento irme, pero ellos se atraviesan en mi camino—. Lo siento, pero aún tenemos dudas que resolverte y no dejaremos que te vayas sin antes darte una respuesta —declara el viejo líder de manera lastimosa. Es cierto, apenas y me respondieron sobre la leyenda de El reino del fuego, todavía quiero preguntar muchas cosas más, pero Albert podría morir si espero más tiempo.

—De acuerdo. Quiero que me hablen sobre la luna carmesí y si saben algo sobre mí. No tengo memoria y desperté al lado de la Torre del comienzo con esta arma: la espada sagrada del fuego púrpura —exijo a los ancianos mostrando mi sable. Ellos no parecieron impresionarse al saber que soy un piromante también.

—Sabemos quién eres. Hay una profecía sobre una mujer cuya mente resplandece en color púrpura. Se predijo que ella llegará para ecualizar la vida humana con la de las demás criaturas de Gaia II. Esa seguramente eres tú, mujer —explica una anciana mientras se retira la capucha revelando su vieja piel morena y ojos verdes.

—En cuanto a la luna carmesí: son eventos que están por acabar con esta ciudad. Si deseas saber más, dirígete a la ciudad de los magos: Techtra. Ahí encontrarás la información que necesites sobre esto y el piromante azul encapuchado que persigues —continúa explicando otro anciano mientras se descubre la cara revelando su tez negra y profundos ojos cafés.

Después de eso, todo el grupo de sabios comenzaron a revelar sus rostros. Veo en sus ojos un hueco que sólo puede ser llenado con lo que la ciudad está perdiendo: Esperanza. Terra Nova es un lugar fascinante. Me gustaría quedarme aquí un tiempo más prolongado, pero ahora sé que Techtra es la ciudad a la que debo partir.

—Gracias —digo con poco ánimo mientras hago una pequeña reverencia inclinando mi cuerpo hacia los sabios. Después de eso me abren paso para retirarme e inmediatamente corro hacia la siguiente puerta para salir y buscar a Albert. Ya recorrido el pasillo escucho que los ancianos comenzaron a hablar, pero no entiendo de qué exactamente.

Salgo al exterior y veo el edificio que los ancianos me mencionaron, a la vez que percibo un ruido extraño. Al mirar hacia atrás veo algo chocar contra la recamara de los ancianos, mismo objeto que la hace explotar al contacto. El impacto me arroja al suelo del tejado, a la par que caen sobre mí varios pedazos de concreto. No hay posibilidad de que alguno de los sabios de Terra Nova sobreviviera a eso.

Levanto mi dorso para observar la escena sabiendo que todas las personas con las que hablé hace un momento están muertas. Fue tan rápido que ni siquiera tuve tiempo de reaccionar o hacer algo. Me pongo de pie para acercarme vislumbrando varias llamas azules flotando. Entiendo rápido qué fue lo que pasó, mas encuentro una pequeña llama púrpura que sin dudarlo atraigo. Al sostenerla entre mis manos los recuerdos del anciano líder entran en mí y me revelan parte de lo que sucedió. Lo veo, cómo el piromante flota enfrente de las personas que acababa de visitar a la par que escucho su conversación.

El hombre trató de sacarles información sobre mí, pero todos se negaron, y el piromante, impaciente, decidió simplemente aniquilarlos sin decir más riendo como un loco. Ese maldito me las pagará.

Después de ver esas imágenes el fuego azul se esfuma. Ese desgraciado piromante ya me tiene harta. La próxima vez que lo encuentre no me voy a acobardar, voy a demostrarle de lo que estoy hecha, lo venceré sin importar lo qué me cueste. Sin esperar un segundo más corro hacia la orilla del edificio, salto al vacío y me convierto en albatros para ir con Albert. Puedo ver a lo lejos su figura parada en la terraza del edificio más alto. Al llegar desciendo y avanzo para encontrarme con aquel hombre.

—Albert, ¿Eres tú? —después de decir eso, él sacó de su mano una enorme espada de oro con hermosas ornamentas rojas para sostenerla fuertemente. Albert voltea y puedo ver sus ojos azules, cuya mirada está ahora sobre mí. Ya es demasiado tarde. La expresión de mi compañero me trae más recuerdos.

Recuerdo cuando aún reclutábamos a los miembros de la organización. Una noche en la que Annastasia, Kantry y yo salimos a buscar respuestas sobre un asesino en serie encontramos a Albert robando de una tienda. El dueño nos pidió ayuda y seguimos al ladrón lo más lejos posible hasta un callejón sin salida.

—Vaya, señoritas, creo que me han atrapado —dijo el hombre misterioso muy confiado

—Buen intento, ladrón. Ahora regresa lo que robaste —le reclamó Kantry, pero el hombre sólo sonrió y respondió.

—¿De qué habla, jovencita? Yo no he robado nada. Puede registrarme, si gusta —declaró el ladrón con seguridad. Entonces Annastasia sacó su espejo ceremonial, el cual usaba como arma, y lo colocó enfrente de este sujeto a la altura de su rostro.

La joven recitó unas palabras en alemán al momento de posicionar correctamente su arma, aquello provocó que espejo despidiera una poderosa luz que cegó a nuestra presa, la cual se intentó cubrir el rostro. Al poco tiempo el cuerpo de este sujeto se volvió oscuro y su contenido comenzó a brillar, como si fuera una radiografía mágica. Ahí pudimos observar dentro de él un montón de objetos incluyendo lo robado.

—¿Qué demonios es eso? —Pregunté al ver que se trataba de una “mula”. Este hombre, cegado por la luz, dejó de cubrirse el rostro y entones nos comentó sobre su habilidad.

—Bravo, chicas, me descubrieron. Yo nací con la habilidad de manipular el aura. Gracias a ésta puedo crear réplicas de mí, las cuales hacen lo que yo quiera; además, cómo se tratan de seres hechos de energía, puedo ocultar diversos objetos dentro del cuerpo de éstos. Éste es mi don y me es muy útil para mi profesión, sobre todo para cuando se trata de ocultar armas —declaró el clon de aquel misterioso sujeto, mientras que de su mano brotó una daga roja. Después de revelar el objeto, lo lanzó enfrente de él dejando salir varios más dirigidos a atacarnos, todas usamos nuestras habilidades para cubrirnos, no recibiendo daño alguno.

—Ni creas que será tan fácil —dije confiada, al mismo tiempo que le regresaba sus juguetes usando telekinesis, pero el clon de Albert absorbió todo sin ningún problema.

—Lo siento, pero puedo absorber cualquier cosa sólida, a menos que las estén sosteniendo, será inútil usar esos ataques contra mí —después de revelar eso altaneramente, mis amigas se prepararon a atacar en serio, pero yo las detuve.

— *** ¿Qué estás haciendo? —Me preguntó Kantry algo sorprendida, además de molesta, pues sabía que me interesaba la habilidad de este hombre.

—¿Y si mejor en lugar de robar baratijas te unes a una causa? La cual es de mayor peso que esto —le ofrecí a Albert con una voz llena de confianza y orgullo. Mis dos compañeras se vieron y después voltearon hacia nuestra presa, quien estaba anonadado. Él sonrió una vez más, luego se desvaneció en el aire dejando caer todos los objetos que llevaba dentro, mientras que, detrás de nosotras, aparecía el verdadero Albert. Todas vimos su sombra, pues la luz entraba por ese lado del callejón. Volteamos y pudimos observar su simple silueta dibujada enfrente, al igual que sus oscuros ojos y su sonrisa.

—Sería un honor. Por favor, indíqueme el camino —respondió Albert a mi invitación. Él me ofreció su antebrazo para ir acompañándonos y lo tomé sin pensarlo—. Soy Alberto Montenegro. Mis compañeros y amigos me llaman “Albert”. Mucho gusto, *** —dijo Albert con una voz suave y masculina al momento de comenzar a caminar para salir de ahí.

Ya ha pasado mucho tiempo desde entonces, él se convirtió en lo que es ahora: uno de los grandes miembros de la Elite de fuego. Su talento siempre fue muy útil, hasta el último día de su vida, la cual terminó hace poco.

Esta vez las cosas podrían ponerse feas. Albert era un sádico, le gustaba cortar y apuñalar a sus víctimas múltiples veces. Estoy convencida de que su propio clon intentará hacerme lo mismo; debo ser cautelosa, cualquier movimiento en falso y terminaré con más de diez dagas clavadas.

Desenvaino mi espada y de repente el clon sonríe. Cuando me doy cuenta, ya había un montón de dagas justo enfrente de mí, mas no son armas de metal, sino de una especie de energía celeste. Al parecer Albert por fin consiguió transformar su aura en algo más que en clones de sí mismo. Ahora es aún más peligroso.

Uso mis poderes psíquicos para detener los proyectiles celestes y éstos caen al suelo desvaneciéndose. Veo de reojo a mi oponente, viene corriendo hacia mí con su espada dorada en manos y da un salto enorme para intentar caer sobre mí, lo cual no consigue al interceptar mi arma contra la suya. Una vez los dos cerca un montón de dagas se manifiestan a su alrededor.

Utilizo mi telequinesis y arrojo lejos al clon de Albert, pero sus proyectiles se lanzan contra mí, así que creo una barrera de fuego púrpura para defenderme, misma que consigue cubrirme a duras penas. El clon cae de pie y corre hacia mí sin vacilar un segundo, rápidamente desintegro el muro creado y también me dirijo hacia él.

Cuando nos encontramos cara a cara nuestras espadas chocan una contra otra en un duelo a muerte. El clon de Albert no cede ni un sólo momento e incluso, después de una serie de golpes, decide retroceder para usar una de las técnicas más bizarras de mi antiguo compañero: la cruz de odio. Del ojo derecho del clon expulsa una luz roja en forma de «x» que se expande justo enfrente de él. Aquella formación luminosa se queda suspendida en el aire cegando a quien la viese. Yo entrecierro los ojos un poco y canalizo mis poderes mentales para guiarme. Gracias a esto, siento cómo el clon se acerca. Aunque él es un ser creado con fuego, puedo percibir sus movimientos.

Este mismo me lanza algunas dagas que bloqueo con mi espada, después intenta atacarme por la espalda, mas intercepto la agresión a tiempo con el sable, y al instante en el que eso pasa, le arrojo una llamarada púrpura desde mi mano que da en el blanco. Aprovecho aquello, salto y lo atravieso con mi espada.

No sale fuego azul de la herida, ni sangre, sino que, de repente, el cuerpo se deshizo en luces celestes, acción que me confunde y hace que me cubra el rostro con mis brazos. Pronto Albert aparece de nuevo sin ningún rasguño flotando un par de metros sobre la terraza, él levanta su mano y por encima de ésta se crean miles de dagas rojas que iluminan el cielo nocturno, pues lo cubren completamente alrededor del edificio. Todas éstas, al movimiento de su mano hacia abajo, caen como una lluvia asesina sobre nosotros.

Inmediatamente me transformo en albatros para esquivar las dagas, pero mi enemigo no está perdiendo tiempo y me lanza más proyectiles una vez que aterriza en la terraza. Cuando dejaron de caer dagas vuelvo a mi forma humana y trato de acercarme a mi oponente, él me arroja demasiados cuchillos como para esquivarlos todos. Hago mi mayor esfuerzo al tratar de evadirlas y, aun así, algunas consiguen lastimarme. Retrocedo entonces perdiendo mucha sangre en el proceso y tambaleándome un poco.

El clon se acerca a mí después de efectuar otra cruz de odio, uso mis habilidades psíquicas para evitar todos sus ataques, aunque él es muy persistente y yo estoy agotándome. Me encuentro siendo aplastada por mi enemigo, el clon ya está a punto de vencerme y justo en este instante, recuerdo algo importante de Albert, algo que sólo yo sé.

La luz de la cruz de odio cede, y a la par salto lo más lejos posible del clon creando varias flechas con las cuales apunto usando mi arco, justo en dirección de mi contrincante. El clon corre hacia mí y es ahí cuando le disparo cinco flechas. Estos proyectiles púrpuras son absorbidos sin ningún problema por Albert, lo cual revela que se trata de otro clon de aura. Cuando él llega a mí e intenta cortarme con su espada uso mi arco para defenderme y detengo su ataque. Por desgracia fue tanto su poder que el propio impulso de la espada me puso de rodillas.

—¡Bien hecho, tonto! —Sonrío en esta posición, el clon, al notar esto, explota en llamas púrpura, pues mis flechas están hechas de fuego. Una vez dentro de su cuerpo sólo hice que estallen.

Brinco hacia atrás y busco dónde se está formando el siguiente clon de aura. Con algo de esfuerzo consigo ver cómo algunas luces sobrevuelan el lado izquierdo del tejado, y por ello tomo una de mis flechas y concentro mis poderes psíquicos al sitio contrario de éstas.

Cierro mis ojos y veo con mi mente algo que se está ocultando, una persona sin duda se encuentra allá. Lanzo la flecha con todo mi poder y está atraviesa al clon de llamas azules de Albert, el cual está ocultándose usando su capa de invisibilidad, misma que fue creada como la propia según la leyenda. Corro hacia él con mi espada en mano ya habiendo revelado su posición, al mismo tiempo que él desenvaina la suya. Ambas armas chocan al unísono en medio del campo de batalla.

Se puede ver la determinación del clon de Albert, pues me sonríe confiadamente como él lo hacía, al igual que yo le regreso el gesto por un momento. Entonces él crea varias dagas a su alrededor, dichas apuntan hacia mí y mueve bruscamente su espada para que yo pierda mi equilibrio. Al hacerlo lanza las dagas, mismas que están a punto de dar en el blanco.

Me transformo en zorro y brinco haciéndome bolita para evadir los proyectiles. Sólo una llega a cortarme parte del lomo en mi descuido. Luego regreso a mi forma humana y atravieso a Albert con mi espada al estar enfrente de él.

Cuando esto sucede, el clon me sostiene de la cintura con su mano, acción que provoca que los recuerdos de mi amigo se introduzcan en mi mente inmediatamente. No obstante, fue como ver los de Anne o Marcia, sólo noté el encuentro de mi camarada con el piromante, como aquel hombre le mencionaba que había vuelto para vengarse y el triste desenlace que mi amigo tuvo.

«Ve a la gran montaña. Ella se encuentra ahí, esperándote», dice Albert entre sus memorias, como si se dirigiera a mí.

Los recuerdos de Albert fueron arrastrados con el viento, a la par que su cuerpo es consumido por el fuego azul que lo creó. No hay nada más en mi corazón que la felicidad de que, al final, él se convirtió en un buen hombre del cual hablaré con gran emoción en un futuro. Ahora más que nunca estoy feliz de haberte conocido, Albert.

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